Con Vino para robar, Ariel Winograd termina de demostrar que es uno de los mejores realizadores argentinos surgidos en los últimos años.
Luego de las geniales Cara de queso (20006) y Mi primera boda (2011) llega con su propuesta más cinéfila, ingeniosa, entretenida y plagada de guiños para los amantes del séptimo arte.
Si bien es verdad que el film tiene varios parecidos con propuestas similares de Hollywood esto es algo hecho adrede donde se tomó lo mejor y se le dio una identidad criolla que incluso enaltece este tipo de comedias en donde los protagonistas –al mejor estilo buddy movie- se traicionan mutuamente, escena tras escena, actos tras acto y a su vez se enamoran.
Winograd sigue de cerca a James Bond, a El caso Thomas Crown (1968/1999), a El Golpe (1973), a La gran estafa (2001), a The Italian Job (2003), e incluso a Misión Imposible para dar rienda suelta a este film que circula el límite de la parodia pero que decide quedarse en la comedia de situación donde no hace falta llegar al ridículo. O sea, no es verosímil y es genial que no lo sea porque así es como se luce la historia.
El brillante guión es captado y esgrimido con gran pericia por parte del dúo protagónico. Así es como encontramos a un Daniel Hendler que desfila entre lo solemne y lo cómico, siendo este último aspecto el que le sienta realmente bien.
Y al hablar de comedia e intérpretes que han demostrado que saben transmitirla a la perfección hay que destacar a Valeria Bertuccelli, quien en esta oportunidad demuestra una faceta graciosa (incluso estando alejada de La Tana Ferro) muy pintoresca. A lo mejor le faltó un poco de sensualidad para hacer un eco aún mayor a la “chica Bond”…
Martín Piroyansky se reafirma como el actor fetiche de Winograd. La química cinematográfica actor/director es innegable y el papel del talentoso joven es de lo mejor de la película.
Lo mismo sucede con Pablo Rago y su Mario Santos, el policía que quiere ser el héroe (otro de los homenajes del director, en este caso a su colega Damián Szifrón).
Asimismo, también hay que destacar las labores de Juan Leyrado (un verdadero Lex Luthor) y las magníficas intervenciones de Mario Alarcón en su viñedo venido a menos.
Por ello, por su excelencia actoral, por un guión soberbio, y por una factura técnica que excede la media, se puede decir que Vino para robar es de lo mejor que ha producido el cine nacional últimamente, demostrando -una vez más- que el género no solo es factible en nuestro país sino que además puede llegar a ser excelente.