Lo tramposo no quita lo simpático
De esta comedia llena de trampitas y juegos desde el mismo título, conviene adelantar lo mínimo. Apenas, que hay un ladrón de guante blanco, un hacker muy ligero, una habilísima estafadora, un coleccionista de buenos vinos y malas pulgas, otros cuantos tipos raros, lindos lugares mendocinos como el centro de toneles de Bodegas Salentein y la posada San Luis de Bodegas Luis Segundo Correas, y que también hay lujos y placeres, autos, pilchas y pelucas, una música que impulsa la acción, aire romántico y buen humor.
El humor es tan bueno que no incluye la menor guarangada. El aire romántico es eso, no interfiere en la intriga, más bien le da brillo y sirve de aliciente. Y hay romances variados. El de los personajes protagónicos entre sí, que avanza a través de (y a pesar de) engaños, desconfianzas y admiración mutua. El de los protagonistas con el público (el femenino agradece especialmente los primeros planos). Y el triple romance del autor con ese mismo público (un cariño que empezó en "Cara de queso, mi primer ghetto" y se amplió ecuménicamente en "Mi primera boda"), con sus actores y su equipo, que en varios rubros ya vienen de la película anterior (y Hendler estuvo en las tres), y con las comedias elegantes del viejo Hollywood.
En esto último no hay imitación, sino escuela. Maestros como Billy Wilder o Stanley Donen son inimitables. Pero sus lecciones son muy aplicables. Y en este caso, Winograd aplica en especial dos lecciones de don Alfred Hitchcock: la intriga respecto a una pareja sospechosa, y el "mcguffin". ¿Qué es un "mcguffin"? Puede ser un cuento del tío, una gambeta, eso que nos hace mirar para otro lado, creer que la jugada o el tesoro está allá cuando pasa delante nuestro, en fin. La verdad, el guionista, o las circunstancias del rodaje, abusan un poco de dicho recurso. Pero no importa. La comedia es tan ágil y llevadera que recién después se advierten sus pequeñas debilidades.
A señalar, en el reparto, el trabajo de Martín Pirovansky hablando inglés con acento alemán, lo mismo que Luis Sagasti. Y una advertencia de Mario Alarcón, respecto a quienes comen pastas sin siquiera una copa de vino. A propósito, dos palabras sobre la histórica botella de 1845 que buscan nuestros personajes. Dicen los publicistas que el malbec era el vino favorito de Napoleón III. Pero acá fueron sus opositores quienes introdujeron las primeras cepas, ese mismo año en la Quinta Normal de Santiago de Chile, y en 1853 en la Quinta Agronómica de Mendoza. Ambas, fundadas por Sarmiento. Hay que brindar por todo esto.