Mujeres independientes
¿Qué cosas no pasan en Viola (2012)? Esa es un tipo de pregunta que vale encarar para acercarse a un film como este. La evasión del conflicto, la evasión de la clásica estructura dramática y estética mueven los hilos del film. Por eso más vale sentir apego hacia estos clásicos universos independientes para ver Viola. Una película sobre mujeres pero “pronunciadamente” distinta.
Al comienzo del film vemos unas mujeres actuando en una obra de teatro shakespeariana. Al rato, las mismas mujeres, hablan en sus camarines: sobre los hombres que las miran, sobre cómo conviene terminar una relación, y se aconsejan entre ellas, principalmente, sobre hombres. Luego de un rato, aparece en escena Viola (María Villar), una joven que reparte películas en DVD, negocio que lleva adelante con su novio Javier (Esteban Bigliardi), con quien convive. Inesperadamente se conoce con una de estas actrices, quien en una charla casual, junto a otra amiga, aconsejan a Viola cómo mantener viva su relación.
Nada sabe el espectador sobre la vida de estas habladoras mujeres que se dedican a armar y desarmar la vida de sus amigas y conocidas como si de muñecos se tratase. Hay demasiada liviandad en cada uno de los diálogos que entablan, ninguno de ellos parece tener un fin serio, locuaz, efectivo o auténtico. El film se regodea una y otra vez con estos universos desarmados, inconclusos, donde las mujeres aparecen como seres manipuladores y hasta insensibles. La seducción y algo de humor tiene que ver en el film, lo cual ayuda a la hora de darle forma a los personajes, pero aún así ninguno resulta del todo interesante.
Entre charlas y momentos pasajeros el realizador define un modo de contar, aunque no sepa muy bien qué. Porque si de rupturas amorosas se trata esto apenas se sugiere, y de ser así, su tratamiento es chato. Pero si se trata de mostrar el universo femenino, la visión es demasiado acotada. Por eso hay algo de pretencioso en el film, porque a pesar de su particular estética dónde los interlocutores y sus voces están mayormente fuera de campo, y dónde los planos acosan a los personajes obsesivamente y donde el azar estructura la línea argumental; lo que transmite finalmente Viola es poco y nada.
Narrar lo cotidiano y lo azaroso de las relaciones a partir de frescos diálogos funciona muchas veces, pero quizás en un film con un propósito mayor. Matías Piñeiro sólo parece ejercitar una forma de filmar pero sin una genuina actitud hacia las sensaciones, las pasiones, las verdades de la mujer o del hombre. Se pierde demasiado en ese fetichismo de lo cotidiano, y no se ve más allá de una mirada “independiente”.