Violeta se fue a los cielos

Crítica de Kekena Corvalán - Leedor.com

Es difícil hacer una película no estrictamente documental sobre un personaje tan inabarcable como Violeta Parra (Chile, 1917-1967), manejándose en las líneas de lo que puede llamarse docuficción, que toma como punto de partida el libro de un protagonista de primera mano, Angel Parra, el hijo de la artista.

La película sale muy bien del desafío planteado, y lejos de querer ser un exhaustivo biopic se detiene en aspectos interesantes y logra construirse sólidamente desde un sistema de enunciación propio y coherente.

El trasfondo es la historia de amor que atraviesa vida, literalmente, como la bala que la siega, mostrando una mujer apasionada y comprometida.
De los hechos artísticamente relevantes que con acierto destaca la película quiero mencionar dos, por lo antitéticos que parecen y lo cercano que están. Su trabajo de recopilación de la cultura oral y musical de los chilenos, recorriendo a pie vastos lugares, perdidos y aislados del mundo global al menos en los 50 y recuperando una innumerable cantidad no solo de letras y músicas si no de prácticas cotidianas, saberes situados en relación a la cocina, la farmacopea, el telar que le permitieron convertirse en un artista multifacética de vigencia contemporánea. Por otro lado, el ser artista plástica, la primera chilena exhibida en el Louvre, en 1964, lo que quizás sea uno de los aspectos menos conocidos de Violeta. Entre ambos, una relación de mordida, casi vampírica, que permitió que Europa conociera el otro Chile.

Llama la atención el hecho de que las instituciones de su propio país nunca hayan difundido este lugar de Violeta, quizás respondiendo a un sistema de legitimación tradicional en el cual una mujer como la Parra no tiene demasiada cabida en el sistema del arte.
Esto queda problematizado de algún modo en la película al mostrar cómo, a su regreso voluntario de Francia, Violeta se convierte en artista gestora construyendo un espacio nuevo, un cuarto propio donde intercambiar y establecer otro tipo de relaciones con el otro, en un trabajo de estéticas vinculares. Su carpa hogar, con su cocinar para 150 personas, su compartir músicas y poesías, es un rincón situacionista perdido en sí mismo, pero encontrado en un flujo de otras tantas experiencias culturales, fuertemente afectivas que atraviesan la práctica de tantos artistas en distintos lugares del mundo a partir de la década del 60 en un trabajo de reunión poética que al mismo tiempo es un modo de ver y recuperar el presente, de leer y leerse en lo colectivo para imaginar el futuro.

Con la actuación de Francisca Gavilán que además canta los temas de la película, y un trabajo musical conjunto del propio Angel Parra, el Chango Spasiuk, José Miguel Miranda y José Miguel Tobar, la película es un acierto sin dudas desde lo poético y la recuperación de la mítica figura nutriente de nuestros imaginarios y deseos.