Un homenaje a la pasión creativa
“Violeta se fue a los cielos” es un film que despierta emociones, tal como inspiraba en vida la figura que evoca, la compositora e intérprete chilena Violeta Parra.
El guión está basado en una biografía escrita por el hijo de la cantante, Ángel Parra, y no se puede soslayar que se trata de una mirada intimista, subjetiva, una aproximación, cuyo valor en todo caso, más que artístico, está en acercar al público un poco, un algo apenas, de lo que fue la carnadura humana de un personaje que se entregó con pasión al arte y que tomó su vida como parte de su obra.
Porque lo que queda explícito en esta reconstrucción fragmentaria, compuesta de retazos de recuerdos sin una sucesión lógica ni necesariamente cronológica, es la imposibilidad de separar la vida y la obra de la artista. Lo que se trata de mostrar es cómo esta concepción de la existencia puede llegar a momentos de brillo, incendios casi de creación, y también puede hundir en abismos de autodestrucción, sobre todo cuando la artista siente que pierde la conexión con la gracia creativa y se cree perdida.
Es una historia que habla de la desmesura y de los límites.
La película del chileno Andrés Wood recorre la vida de Violeta desde sus primeros años, cuando junto a sus hermanos acompañaba a su padre, un músico popular que se ganaba unas monedas cantando en bodegones de mala muerte, en pueblitos de la puna.
Pronto, los chicos quedaron solos de toda soledad y tuvieron que hacerse cargo de sí mismos, con un único legado dejado por su padre: una guitarra. Violeta toma el mando y se propone recorrer los ambientes rurales y mineros de su país para contactar, aprender y registrar las manifestaciones del canto popular, un protagonista imprescindible en la vida de los lugareños. Su pasión y obsesión, y su voluntad inquebrantable, más la compañía de su hermana, los maridos de las dos y los hijos, permitieron que la esencia y el espíritu de ese arte no quedara en el olvido y se conociera en todas partes.
Arrolladora
El filme de Wood muestra a Violeta como una mujer compleja, apasionada, con una carga trágica en su mirada, vital, pero no feliz, sino más bien arrolladora. Ella encarnó a su manera la figura del artista genial pero atormentado, déspota con sus afectos y obsesivo en sus decisiones.
El gran acierto del realizador chileno es haber elegido a la actriz Francisca Gavilán para interpretar el personaje protagónico, puesto que es el alma de la película. Gavilán es capaz de meterse de lleno en el papel, para el cual la favorecen el conocimiento que evidentemente tiene de la figura a representar, así como de la cultura a la que pertenece y por si fuera poco, puede imitar el modo de cantar de Violeta, y hasta su aspecto físico es semejante.
Esta magia que logra transmitir al espectador es el gran valor de este film, es la joya que se luce engarzada sobre un montaje entramado, como un entretejido, de episodios aislados de una vida que sólo tienen sentido porque se trata de una figura muy conocida cuya obra ha trascendido las fronteras. Son las ventajas y las desventajas del género “biofic”. En este caso, la experiencia es satisfactoria.