Violeta se fue a los cielos

Crítica de Miguel Frías - Clarín

Rescate emotivo

De Andrés Wood. Mucho más que una relato biográfico sobre Violeta Parra.

Violeta se fue a los cielos no es una película biográfica. No, al menos, en los términos de costumbre. Tras verla, no nos sentimos en condiciones de abrumar con datos sobre Violeta Parra. Sí de decir que hemos experimentado -que seguimos experimentando- su subjetividad, como en un sueño, un sueño en el que por momentos fuimos ella.

La palabra subjetividad y la palabra sueño indican que el realizador chileno Andrés Wood no procuró filmar la historia oficial de Parra, como tampoco intentó respetar la cronología de su vida ni abordarla desde el mero realismo. Prefirió lo episódico a lo abarcativo; lo pulsional a lo práctico; lo caóticamente onírico a lo prolijamente real. Su filme es, en más de un sentido, un rescate emotivo.

Wood aclaró que sin Francisca Gavilán, la estupenda -y para nosotros desconocida- actriz que hace de Parra, no habría película. De acuerdo. Y no sólo por cómo encarna al personaje, o por cómo interpreta versiones bellísimas de sus canciones, sino por su compleja e intensísima capacidad para envolvernos en un universo íntimo y hacernos “sentir a” o “sentir como” Parra. Una Parra ficcional: aclaración sin importancia.

La personalidad de Parra suele provocar incontinencia de adjetivos: justos y a la vez contradictorios. Wood y Gavilán logran que todos ellos se fusionen en pantalla, y dentro de cada espectador, sin ser nombrados, funcionando de un modo dual.

La tracción, sí, es la tragedia, que va transportando a Parra desde una infancia rural y desdichada hacia una adultez resentida; desde un padre alcohólico y ausente hasta un tormentoso, obsesivo amor adulto -por un hombre 18 años menor que ella-; desde la angustia existencial de artista verdadera hacia el suicidio, a los 49 años. La redención, el milagro, el atenuante, el contrapeso es, desde luego, su impresionante creatividad, su arte, su música.

El uso de las canciones en la película deja claro el tono predominante en Violeta...

Durante la secuencia más estremecedora, en la que una tormenta azota la ya fantasmal carpa de La Reina -donde Parra quiso formar la Universidad del Folklore-, ella canta la hermosa, escéptica, rabiosa Maldigo del alto cielo . Su tema antitético, Gracias a la vida, sonará, lateral, sobre los créditos finales: para mitigar el efecto amargo del filme entero.

Violeta...

logra sus puntos más altos en las contradicciones y los desbordes pasionales de la protagonista, que nos recuerda a ciertos personajes de Favio. Y sólo se debilita -tenuemente- en la búsqueda de remarcar contrastes entre la artista “maldita”, capaz de hacer oro del barro, y la indolente burguesía o incluso la aristocracia.

La película está recorrida por una entrevista, un duelo dialéctico, entre un periodista irónico, malicioso (Luis Machín) y una Parra brillante. Ella sólo parece responderle en serio cuando él le pide un consejo para artistas. “Que odien la matemática y que amen los remolinos. La creación es un pájaro sin plan de vuelo”, contesta Parra. Wood la tomó muy en cuenta.