Violette

Crítica de Aníbal Perotti - Cinemarama

Martin Provost se ha convertido en una suerte de ángel redentor que, luego del sorpresivo éxito de Seraphine, vuelve a rescatar del olvido a una mujer marginada por la sociedad. La nueva biopic desentraña el destino atormentado de la escritora Violette Leduc, una figura atípica de la literatura francesa. Provost exige un acto de justicia poética que permita a las nuevas generaciones descubrir su escritura incandescente. La reconstrucción de los años de posguerra, con sus decorados, vestidos, accesorios, citas célebres y personajes famosos lleva el peso de una verdad histórica indiscutible: Violette Leduc fue una escritora maldita, despreciada de un modo escandaloso por los críticos y por el público. La película selecciona y organiza los elementos biográficos para denunciar esta injusticia.

La primera parte posee una pesada dimensión didáctica: los grandes nombres de la literatura de la Rive Gauche parisina se suceden como en una enciclopedia. Provost introduce trabajosamente cada obra clave para contextualizar la efervescencia literaria de la época. Algunas escenas parecen ser un pretexto para que se luzcan medianamente Olivier Gourmet como Jacques Guérin o Jacques Bonnaffé como Jean Genet. El director intenta complacer la inteligencia del espectador subrayando las dudas de Genet o la renuencia de Beauvoir a llamar a su libro El segundo sexo. Estas florituras académicas privan a la narración del burbujeo de ideas que caracterizó a la corriente existencialista.

El verdadero interés de Violette está en el punto ciego que encarna Leduc, un personaje ambiguo en el que se mezclan las más altas aspiraciones con el deseo de desaparecer. Cuando la película abandona las justificaciones psicológicas, Emmanuelle Devos encuentra el tono justo. Paradójicamente, las escenas más bellas son las que trascurren en Faucon, un pueblito fuera de tiempo con el contexto histórico, donde la escritora se refugió en el final de su vida. Violette Leduc fue una víctima de su época. Una artista que, con una entrega tan vital como dolorosa, siguió su instinto en lugar de preocuparse por el reconocimiento académico. La película de Provost hace todo lo contrario: la excesiva compasión hacia su personaje principal termina por desencarnar todo lo que lo rodea, hasta la propia Simone de Beauvoir, interpretada por Sandrine Kiberlain con una austeridad pulida, monocorde y desapasionada.