Virus:32

Crítica de Juan Samaja - CineFreaks

Una de zombis en Uruguay.

La película es un aire fresco y puro en medio del aire sin oxígeno de las producciones contemporáneas del mainstream norteamericano dedicadas al género.

La estética de la película, esa iluminación apesadumbrada y los escenarios decadentes, recuerdan un poco a las producciones de ciencia ficción de fines de los ´80, como Blade Runner.

Lo mejor de la película: la confianza de que el efecto dramático se consigue por medio de una buena narración, no por el abarrotamiento de efectos especiales, no por medio de un expresionismo barato, o con temáticas delirantes reiteradas una y otra vez. El motivo es simple: primero, hay que esconderse; luego, escapar. En esa modulación del relato se cifra el logro del realizador.

La narración se acoge a la lógica del género en su decisión de mantener en oscuridad las causas de los infectados, dejando sin explicación alguna el asunto de los 32 segundos, así como dejando en la indefinición la suerte final de Iris y su hija.

Jugando a las escondidas

La primera mitad del relato desarrolla el motivo del esconderse. La estructura es simple como canónica: la protagonista viene desde fuera e ingresa a un espacio que se transformará en el escenario de peligro. En esta secuencia se desarrolla una sub-trama, que refuerza aún más el suspenso: Iris y su hija se separan; Tata queda en un salón de juegos, mientras su madre se va a hacer la ronda de seguridad. La separación de las dos mujeres resulta un factor clave no sólo porque incrementa el efecto dramático de suspenso, sino porque se articula con la presencia de Luis.

Luis se presenta como un personaje complementario respecto de Iris. También Luis trata de protegerse de los infectados; también intenta proteger a un hijo que aún no ha nacido; y ambos perderán a sus respectivas parejas debido a los infectados. Pero hay otro hecho que complementa a estos personajes: Luis consigue salvar a su hijo recién nacido, muriendo él mismo en el intento, que es una inversión de la historia de Iris, quien ha perdido a un hijo pequeño por una distracción. También Iris va a redimirse hacia el final cuando parece sacrificar su propia vida para que su pequeña hija pueda escapar. Finalmente, la decisión de llevarse al hijo recién nacido de Luis, quien ya ha fallecido, confirma esa redención. Como si la ofrenda de su propia vida fuese premiada con una restitución simbólica de un recién nacido, que compensa aquel hijo fallecido trágicamente.

Hay que salir de acá

La segunda parte de la trama desarrolla el motivo del escape. El esconderse termina agotándose, y agotadas todas las instancias, sólo queda el movimiento contrario. Si el esconderse implica meterse más adentro, en cada uno de los resquicios del salón deportivo, el escape es casi una reacción de rebote del primer motivo. Cuando ya no es posible esconderse más, lo único que se puede hacer es salir del escondite.

La escena final no define realmente el destino y la suerte de Iris. Podemos suponer que logran escapar, pero la imagen final del puerto en llamas permite dudar de la eficacia última del plan, lo cual brinda una imagen de incertidumbre, que un poco recuerda la escena final de Los Pájaros (1963) de Hitchcock, con ese pueblo completamente invadido por las aves.

Las caracterizaciones psicológicas

El diseño psicológico de los personajes es el único punto que ha quedado un poco flojo.

Por un lado, Iris se nos presenta en una primera instancia como una mujer inmadura, que no quiere hacerse cargo de su maternidad, aparentemente debido a su propia inmadurez. Sin embargo, en la mitad de la película se nos revela el verdadero motivo de su dificultad para desarrollar un vínculo profundo con su hija: ha perdido trágicamente a una criatura por una negligencia. Esta situación debería haber estado planteada desde el comienzo para poder comprender mejor el conflicto interno del personaje. Ninguna de las actitudes que vemos en Iris en el comienzo, nada en relación al contexto donde vive, en relación a las personas que la acompañan, permite sospechar siquiera esa pena honda que parece acongojarla.

El personaje de Luis, en cambio, presenta otro inconveniente distinto. En su caso, el problema no reside en la dosificación o en el momento en que el espectador descubre su verdad, sino en el propio tono que Hendler la ha dado al personaje. Le falta un poco de profundidad psicológica y de peso dramático. El tono que el actor uruguayo le insufla al personaje parece quedar en una medianía, que, si bien no afecta a la trama, tampoco colabora en su intensificación.