Empapelando ciudades
Dos generaciones de artistas se reúnen para hacer un doble proyecto. Por un lado tenemos al joven artista plástico y fotógrafo JR, que acostumbra realizar intervenciones urbanas en cada ciudad que visita; por el otro a una veterana fotógrafa y directora audiovisual que se jacta de haber logrado en su juventud que Jean-Luc Godard se quitara sus permanentes lentes oscuros para uno de sus cortometrajes.
Juntos organizan un viaje por los pueblos del interior francés en la camioneta modificada de JR, preparada con un cubículo de fotos y una impresora que le permite ir pegando gigantografías de personajes locales en las paredes de cada sitio que visitan. Al mismo tiempo, Agnès Varda pretende documentar en video sus viajes y actividades para hacer una película que escapa de a ratos de los límites del documental, permitiéndose embellecer con toques de ficción algunas de las secuencias, especialmente las cariñosas charlas que mantiene con quien podría ser su nieto.
No hay pretensiones de análisis profundo del mundo del arte en Visages Villages, de hecho buena parte del discurso de ambos consiste justamente en bajar el arte para que llegue a la gente común, invitándolos a participar como protagonistas de cada una de sus intervenciones.
Su meta principal es conocer gente al azar que por algún motivo les resulte interesante, conocer algo de sus vidas y mostrarlo para que la rutina del pueblo sea un poquito mejor por lo menos durante los días que duren las imágenes. En la previa vemos sus intercambios de ideas y el proceso de materialización de esas imágenes, mientras que entre intervenciones se toman unos minutos para sentarse en algún sitio que les genere un estímulo emocional para compartir opiniones no sólo sobre el arte en sí: también sobre las formas creativas que tienen de ver cosas comunes del mundo que otra gente deja pasar sin darle mayor importancia.
En cierto punto las intervenciones pasan a un segundo plano y se convierten en una excusa para los verdaderos puntos altos de la película: las charlas entre sus dos artífices, el vínculo de amistad cariñosa que cuesta creer que sea fingido. La buena química entre ambos, el humor afectuoso con el que se tratan, logran mantener el interés a lo largo de un film que está al borde de caerse del género documental, y que se preocupa más en transmitir las emociones que produce la generación de arte que el arte en sí mismo. Con sencillez de recursos apelan a la emoción y consiguen arrastrar a pueblos enteros en sus proyectos.
Conclusión
Aunque entretiene y sus dos protagonistas generan empatía, el contenido documental de Visages Villages parece agotarse pronto y volverse algo repetitivo o poco desarrollado. Ante esto, presta más atención a los artistas que a su obra, pero a ninguno con demasiada profundidad.