Entre la fantasía y la realidad
Visiones empieza bastante auspiciosamente: una falsa adivina (buen trabajo de Roxana Randón, la madre de Leo Sbaraglia) recluta a un chico de la calle que, con el tiempo, crecerá hasta transformarse en un Don Juan con sus encantos al servicio de las estafas de su socia. Es un vínculo por conveniencia: parecen no quererse ni respetarse, pero se necesitan. Todo cambiará cuando, al estilo del personaje de Whoopi Goldberg en Ghost, la impostora note que realmente tiene poderes extrasensoriales.
Con este descubrimiento, la película irá perdiendo el clima logrado hasta ese punto y empezará a hacerse cada vez más confusa, al punto de resultar, por momentos, involuntariamente cómica. “Estoy viviendo un día un poco repetitivo”, rezonga el personaje de Randón. Tiene razón: en su afán por explorar una suerte de teoría de los mundos paralelos, el guión cae en un tramposo juego de cajas chinas y se vuelve reiterativo. De movida suena interesante, al estilo de la colección de libros Elige tu propia aventura, el planteo de poder volver unas páginas -en este caso, fotogramas- atrás para ver qué habría pasado si el personaje hubiera tomado otras decisiones que las que tomó. Pero aquí el recurso está sobreexplotado: hay una visión dentro de otra y dentro de otra visión, hasta que ya no sabemos qué es real y qué es parte de la percepción de la tarotista.