MÁS ALLÁ DE LA SUPERFICIE
NdR: Esta crítica contiene spoilers.
La del hombre que mueve cielo y tierra para rescatar a un ser querido que ha sido raptado por un grupo de maleantes es una premisa que hemos visto cientos de veces. ¿Y qué? Hay que acabar con el mito de que una película (u obra artística en general) es buena por el solo hecho de ser “original”. La originalidad en sí misma no es una virtud, más bien debe estar supeditada a cada uno de los rasgos inherentes del campo que aluda.
Howard Hawks replicó el modelo de Río Bravo en El Dorado y en Río Lobo. Clint Eastwood hizo lo propio en El jinete pálido con Shane, el desconocido de George Stevens. ¿Se atrevería alguien a dudar de la maestría de estas obras por el simple hecho de no ser “originales”?
Posiblemente antes de Bottoms (de la cuestionable etapa de Yoko Ono como cineasta) nunca nadie había visto algo semejante. ¿Acaso eso la hace buena? No pensemos demasiado la respuesta: en lo absoluto.
En concordancia con lo anteriormente expuesto, entonces, a continuación veremos de qué manera Vista por última vez se vale de formas preexistentes para elaborar esquemas y conceptos propios. Para ello tomaremos un elemento clave de su puesta en escena, el automóvil, y analizaremos de qué manera se resignifica.
El automóvil es, en términos de puesta en escena, el elemento de mayor peso dramático de Vista por última vez. Es empleado aprovechando tanto su condición vehicular como su condición espacial (lo estrecho de su morfología ayuda a reforzar la sensación de confinamiento -literal y metafórico- en la que se encuentra la pareja protagonista).
La importancia de este vehículo es tal que los dos momentos de mayor envergadura de la acción, el incidente incitador y el clímax, acontecen en escenarios en donde el mismo abunda, como lo son la estación de servicio y esa especie de desguazadero devenido en laboratorio de drogas, respectivamente.
Pero de entre todos los automóviles que pululan por Vista por última vez, podemos identificar a tres como los responsables de transportar su carga simbólica: el de Will, el del detective Paterson y el de Knuckles.
El auto de Will, considerando que es aquel que transporta a Lisa hacia el lugar donde es secuestrada, puede ser entendido como el elemento generador de tragedia.
La segunda vez que se manifiesta como tal es cuando, camino a lo de Frank, la policía lo detiene por exceso de velocidad, dificultando, a priori, la búsqueda de Lisa. Decimos “a priori”, justamente, porque no es sino hasta que el protagonista se deshace de este que consigue dar (caminando, claro) con el paradero de su esposa.
Por su parte, el auto del detective Paterson representa -al igual que este- la falsa salida, puesto que, paradójicamente, es el primero en aparecer en la película, pero el último en llegar a cada sitio en que se lo precisa (arriba con una hora y media de retraso a la estación de servicio tras el pedido de auxilio de Will y post tiroteo y explosión al laboratorio de Frank). Para colmo, sobre el final descubrimos que al momento de la confesión de Knuckles -que en dicho vehículo acontece- ya es harto sabida (tanto por los personajes como por el espectador) su implicancia en el secuestro.
Y finalmente tenemos el auto de Knuckles, el cual funciona como móvil hacia la redención.
Recordemos que este, pese a trasladar a Lisa hacia su lugar de reclusión, es el mismo que –huyendo- le salva la vida. A su vez, permite dar con el paradero de Knuckles (tras ser identificado por la madre de Lisa) y a la postre acabar con el poderío de Frank. Por consiguiente, el propio Knuckles acaba obteniendo el perdón no solo de la ley, sino también de Will (dado que es al único de los hombres de Frank que enfrenta mas no asesina).
En una época en la que todo consumo debe ser, fundamentalmente, acelerado y masivo, quizás lo más pertinente sea pisar el freno (o incluso bajar del auto, como Will) para tomarse un tiempo y reflexionar. No se trata de vivir, como quien dice, en estado de alerta, sino de aceptar que detrás de todo discurso hay algo que se comunica sin ser dicho. Debemos procurar pensar, justamente, más allá de la superficie.