Steve McQueen sabe a la perfección cómo diseñar productos que sean capaces de insertarse con éxito tanto en el circuito de premios y festivales independientes (Hunger) como en el espacio del cine mainstream (y, en el camino, ganar tres Oscar, como lo hizo con Doce años de esclavitud). El tipo tiene el ojo y el olfato entrenados para filmar y recoger los intereses del momento, pero no en el sentido en que lo hace un intérprete atento, que detecta y expresa lo que la época no sabe o no dice de sí misma; lo suyo se parece más bien al trabajo de un recopilador algo perezoso, alguien que junta y mezcla lo ya conocido y ofrece un objeto de eficacia probada.
Viudas es un caper film que toquetea el género y lo vuelve un vehículo apto para escenificar temas de actualidad como el rescate del estereotipo de la mujer fuerte, que debe valerse sin ayuda de hombres en un mundo de reglas masculinas; el resurgimiento del racismo, ahora en clave barrial; la reducción de la política a una guerra ciega por el poder que tiene en la desigualdad su condición misma de posibilidad. Nada nuevo, todas cuestiones con las que es fácil encontrarse si se agarra un diario o se mira un noticiero, y de las que se escucha hablar a stars en discursos de la Academia o en actos anti Trump. En este sentido, Viudas es cine de gueto, una película que parece realizada a la medida exacta de la comunidad hollywoodense y de la imagen que sus integrantes gustan hacerse de sí mismos..
Pero resulta que Viudas es algo más que este compendio bienpensante de lugares comunes. Es, antes que nada, una relectura del caper film semejante a la que hacen del western los hermanos Coen en Temple de acero: en los dos casos hay un género fuerte, de gran robustez, que resiste a los manoseos de unos realizadores que parecen incapaces de apropiarse plenamente de esas fórmulas vitales. La estrategia, en uno y en los otros, es similar: se trata de tomar las convenciones elementales del género para dinamitarlo, consumirlo desde adentro, despojarlo de su potencia hasta reducirlo y domesticarlo. McQueen lo hace mezclando géneros casi opuestos: el tipo se sirve del caper film apenas como mapa narrativo elemental, una guía que en realidad conduce a las tierras de un melodrama sobre una mujer que lo pierde todo y debe rehacerse a sí misma. El recorrido incluye vistas de una intriga política deslucida y breves pasajes de una película de gángsters. Previsiblemente, la mezcolanza no permite que funcione del todo ninguno de esos elementos, pero lo que más sufre es el caper, del que no queda prácticamente nada. La preparación del golpe dura apenas unas escenas muy breves, lo mismo que su ejecución, tal vez la más rutinaria y sumaria que se haya visto en una sala de cine. El resultado no sorprende: después de todo, el caper film es un género especialmente feliz, que ofrece un espectáculo generoso de persecuciones veloces y momentos de gran precisión narrativa, por lo general sostenidos en una multitud de personajes carismáticos. Viudas le niega al espectador incluso el placer de seguir la preparación y la discusión del plan, verdadero corazón de cualquier caper que se precie, que acá es triste y poco entretenida.
Y, sin embargo, mientras se asiste a esa película de robo exangüe, algo pasa: el director filma de cerca a Viola Davis y la tragedia de Veronica resulta tangible, se sienten su dolor y su desesperación, el miedo ante el peligro que la hace reaccionar como un animal amenazado. De alguna manera, Davis se las arregla para portar una angustia demoledora y sostenerla en cada escena con muy pocos recursos, a veces solo con la mirada, otras con la rigidez que parece cruzarle el pecho y los hombros. McQueen, incapacitado para cumplir con los rigores del género, demuestra a pesar de todo que es un director inteligente, capaz hasta de alguna que otra sofisticación, y con un talento evidente para elegir a sus intérpretes (es notable, por ejemplo, el aprovechamiento de los casi dos metros de Elizabeth Debicki).
Todo lo que no comprende de la película de robo lo compensa con el retrato desgarrado de su protagonista. Aunque también es cierto que ni Davis ni sus compañeras pueden hacer milagros: la ambivalencia entre caper film y melodrama prueba ser inestable y la película se deshilacha sin remedio. Así las cosas, Viudas logra un tono y una fuerza que se sobreponen a los cálculos y a las torpezas del guion, una potencia subterránea que alcanza a mantener unido ese conjunto improbable. La confirmación de esa fuerza un poco accidentada llega abruptamente en el final, cuando McQueen le dedica el último plano a Davis. Un plano hermoso, elegante, que transmite una emoción inesperada, en el que parece condensarse toda la nitidez y afectividad del cine clásico. Un momento inventado, seguramente, arrancado de otra película, un truco de prestidigitador que deja ver el talento desparejo del director.