Viudas

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

El experimento de un científico desquiciado

Viudas parece el resultado del experimento de un científico desquiciado, que decidió cruzar a un ornitorrinco peludo con una mesa de tres patas. El ornitorrinco es la miniserie Widows, escrita por Lynda La Plante (creadora de Prime Suspect, nada menos) y emitida por la BBC originalmente en 1983, con una segunda temporada dos años más tarde y reedición en 2002. La miniserie era una de robos, con cuatro viudas de sendas parejas criminales, reunidas para consumar el súper atraco que los finados no habían logrado dar. La mesa es el empavonado y oscarizado realizador británico Steve McQueen, realizador de 12 años de esclavitud y antes, de las sobrevalorizadísimas Hunger (2008) y Shame (2011), que como señaló en estas páginas Luciano Monteagudo llevaba el punto de vista en el título. 

Con ayuda de Gillian Flynn (guionista de Perdida), McQueen transfigura la despreocupada miniserie original en un nuevo vehículo de su misantropía. La escena inicial, en la que Liam Neeson y la morocha Viola Davis (ganadora de un Oscar en 2017) retozan amorosamente en el lecho matrimonial, anuncia, tratándose de McQueen, que algo muy malo les va a pasar. El corte brutal que va de un beso apasionado a un disparo, durante la persecución desesperada de la policía a los chorros, es sólo el anuncio de lo que finalmente va a suceder, frutilla en la torta del “que el mundo fue y será una porquería” del realizador.

La porquería del mundo se condensa aquí en dos candidatos a ediles de la ciudad de Chicago, en plena campaña por el puesto. Uno blanco (Colin Farrell, confirmando que es un actor mucho mejor de lo que en un primer momento se quiso reconocer), otro negro (Brian Tyree Henry), ambos igualmente corruptos. Farrell vive bajo la sombra de su padre y antecesor, el repulsivo reaccionario Robert Duvall, y su rival tiene un hermano (Daniel Kaluuya, protagonista de ¡Huye!) que no sólo es un mafioso como él, sino además un asesino psicótico, que anda torturando y matando gente por ahí. En una de Tarantino, este disparate (ni el peor de los mafiosos se sigue comportando como tal al llegar a la política) podría pasar, como parte del exceso general. En una película que pretende decir “cosas importantes sobre el mundo contemporáneo”, como ésta, no. De paso hay un pastor al que en cuanto se lo ve predicar en contra de los poderosos se empieza a sospechar. Sospechas justificadas, otra vez.

Igual de forzada es la excusa para pasar de ahí a “una de robos” en clave femenina. A Viola Davis la aprietan para que devuelva un vuelto que su marido se llevó, y ella aprieta a su vez a las viudas de los otros miembros de la banda, con argumentos muy débiles. Pero todas se anotan, porque si no no habría película. Ahí están entonces la fabulosa chica chicana Michelle Rodríguez, la rubia Elizabeth Debicki, que mide un par de metros, y la morocha Cynthia Erivo, haciendo del empoderamiento un lugar común. Signo de la cruza imposible que intenta McQueen, algunas están en la película del ornitorrinco peludo (Debicki hace un personaje de screwball comedy) y otras en la de la mesa con tres patas (con gesto grave y el rostro hinchado de tanto llorar, Viola Davis hace de trágica), confirmando que el experimento loco no podía dar por resultado otra cosa que esto.