¿Dónde estás, hermano?
Enrico Oliveri (Toni Servillo, el mismo de La grande bellezza) llega a la convención del partido de izquierda que lidera y vacila durante varios segundos sobre si ir o no al baño antes de subir al estrado. La duda será el preludio de una performance desastrosa, síntoma de una crisis política interna generada a su vez por otra externa. Los primeros minutos de Viva la libertà atisban un fresco crudo sobre una sociedad en crisis y desencantada, con el director Roberto Andò retratando con sequedad y distancia los resquebrajamientos de los mecanismos del poder.
El resultado de las repercusiones de la convención será la desaparición repentina de Enrico. Ante esto, su asistente recurrirá a su hermano gemelo recientemente dado de alta de un neurosiquiátrico para que lo reemplace. Hermano que, como es de esperarse, representa el opuesto perfecto del político ¿Acaso se tratará de una comedia? Algo de eso habrá, ya que el Enrico apócrifo hará de las suyas dando entrevistas y escupiendo bilis sobre el sistema.
La cuestión será que el “verdadero” Enrico busca hospedaje en la casa de una ex novia francesa (Valerie Bruni-Tedeschi) ahora casada con un prestigioso realizador cinematográfico ¿Cuál es la pasión oculta de Enrico? Bingo: el cine. A partir del planteamiento de la contraposición entre ambos protagonistas, Viva la libertà seguirá ambas historias, esfumando la crudeza política de su inicio para convertirse en un relato acerca de autodescubrimiento y las auténticas pasiones atemperadas por el tiempo. El comienzo y sus primeros minutos presagiaban algo distinto… y mejor.