Entre la soledad y las apariencias
A partir de un cambio de identidades, el director de El manuscrito del príncipe nos brinda un drama de nuestro tiempo desde una escenificación pirandelliana que apunta a desenmascarar aspectos indignos de la sociedad, a cargo del sobresaliente Tony Servillo.
Si hay un actor italiano que en este momento -al igual que lo fueron a su manera Marcello Mastroianni y Vittorio Gassman- caracteriza a este cine italiano que trasciende fronteras, es sin duda alguna, Tony Servillo. Y con el último de sus personajes, Jep Gambardella, de la tan merecidamente aplaudida y galardonada, La Grande Bellezza, de Paolo Sorrentini, sigue afirmando que puede componer, admirablemente, diferentes máscaras, sin recitar el estereotipo. Baste recordar su personaje del siempre controvertido y sagaz Giulio Andreotti en el film del mismo realizador, Il Divo.
Quien lo recuerde en La Grande Bellezza con aquel parlamento, ya en el principio del film, en ese ámbito que desdibuja y ensordece, lo define como esa voz consciente y crítica que, a lo largo de los personajes que viene construyendo, nos alcanza una mirada profunda, que cala en nuestra interioridad, que abre a interrogantes. Como lo es este parlamento de este ya clásico que merece reveerse: "El más grande descubrimiento que he hecho inmediatamente después de haber cumplido sesenta y cinco años es que no puedo perder el tiempo haciendo cosas que no deseo". Y a partir de este momento, la historia se internará en el terreno de una pesadillesca fábula.
Estrenadas con diferencias de pocos meses, La Grande Bellezza, en Italia, en mayo del 2013 y el film que hoy se está exhibiendo en una única sala de nuestra ciudad, Viva la libertá, en febrero de ese mismo año, ambas apuntan al desenmascaramiento de los aspectos más innobles e indignos de la sociedad de nuestro tiempo. Si el concepto de la Bellezza se colocaba en un espacio de intereses mezquinos, de feroz narcisismo, de vaciamiento moral, a través de una suerte de viaje interior, en una nocturna y espectral Roma, la mirada del protagonista saldrá al encuentro de uno de sus más entrañables recuerdos, aquel que funde la mirada de una joven mujer a orillas de un mar.
Como un gran teatro de situaciones, armado para los nuevos actores que dominan la escena del inmovilismo, de la corrupción y la mentira, La grande belleza entra en diálogo con Viva la libertá de Roberto Andó, no sólo a través de su mismo actor; sino, además, porque aquí se arma otra escena, ahora desde un cambio de identidades que nos lleva a la mismas estrategias del teatro pirandelliano.
En este mundo de la política de hoy, de pactos y alianzas según intereses personales y de grupo, que como señala el personaje central, en uno de sus dos roles, "no tiene en cuenta a la conciencia de la gente", transcurre este admirable film, imperdible, que se abre en los fríos pasillos de un burocrático encuentro, en tiempos de campaña electoral.
En su doble rol de secretario del Partido más importante de la oposición, que se ubica en la centroizquierda, y en el hermano de este, poeta y filósofo, que estuvo más de veinte años en un asilo psiquiátrico, el film Viva la libertá, guionado a partir de la novela Il trono vuoto del mismo director, quien igualmente fue amigo de Harold Pinter y uno de los admirados de Leonardo Sciascia, opera desde una situación de agobio y desencanto a un acto de sustitución; que abrirá espacios a una nueva manera de pensar una vida cívica y social, que nos trae a la memoria las palabras de los maestros, que coloca a la Pasión y a la Creatividad en el centro de los nuevos tiempos.
Desde una mirada de asombro, que recupera una entrevista del gran Federico Fellini al declarar: "He luchado, lo sigo haciendo, para que la indecencia no se acepte como algo natural" y a partir de uno de los leit-motivs verdianos de La Forza del Destino, que corresponde al momento trágico del naufragio en Y la nave va...,del mismo Fellini, el film de Roberto Andó, con las destacadas actuaciones de Valerio Mastandrea, en el rol de un hierático y temeroso secretario privado del magistrado, y a Valeria Bruni Tedeschi, como aquella mujer amada por los dos hermanos, se mueve entre dos espacios, Roma y París, abre puertas, descubre nuevos horizontes, invita al asombro.
En esta nueva representación, que cambia el paso y se mueve al ritmo de un tango en el que las huellas se van grabando, nuevamente, en la cálida arena, la realidad se viste con el ropaje de la Poesía y la verdad se grita desde la figura del bufón. Admirable en este sentido es la secuencia que tiene lugar en uno de los salones de la residencia de la casa de gobierno, en el que en un chaplinesco juego a las escondidas, en un ámbito de globos terráqueos dimensionados, nuestro personaje se presenta, se esconde, vuelve a aparecer y desaparece.
Un film sorprendente, interpelador, que nos lleva a repensar nuestro universo cotidiano desde una mirada transformadora, con los ojos abiertos!. Y que se hace eco del monólogo de Hamlet.