El libre albedrío
Enrico Oliveri es líder de la oposición italiana. Mientras se acercan las elecciones, su coalición de izquierda se ha vuelto una maquinaria obsoleta, sorda e impotente a los cambios que reclama el electorado. Tras ser increpado en un congreso, Enrico (el genial Tony Servillo) hace mea culpa y se refugia en París; visita a una ex novia guionista de cine (Valeria Bruni Tedeschi, que es eso y mucho más en la vida real) mientras su asistente, desesperado por la presión mediática, se apura a reemplazarlo por su hermano gemelo Giovanni, un extraviado profesor de filosofía que es rescatado de un loquero. Una curiosidad: el canoso Giovanni se asemeja bastante a José Manuel de la Sota; azarosa y graciosa coincidencia, porque el personaje apuntará a la destrucción del establishment político.
Aparte de jugar a príncipe y mendigo (en una escena prodigiosa, Giovanni baila rock en el loquero mientras Enrico se integra al equipo de filmación en París), la película muestra lo que es y no posible, la realidad y la utopía, en un mundo (o al menos, en una Europa) que ha perdido las ilusiones y está un par de escalones abajo del desencanto. Viva la libertà muestra filigranas de un guión que fue varias veces revisado; cuando parece que príncipe y mendigo harán el enroque definitivo, el director Roberto Andò (joven realizador que debutó como asistente de Fellini, Coppola y Cimino) termina con una sesgada referencia a La naranja mecánica. Es una entre tantas citas al cine de la película que, realizada el mismo año de La grande belleza, termina encumbrando al gran Servillo. Tanto, que parece imposible haber sido hecha sin él.