Juego de pasión y miedos
Una pausa ante la catástrofe, un escape. La huida. Enrico Oliveri (Toni Servillo) es el secretario del principal núcleo opositor de Italia, su futuro político está al borde del abismo y sus seguidores lo culpan de la debacle partidaria. “La vergüenza te paralizará”, le gritan en plena asamblea nacional.
Dentro de esa quietud forzada navega Viva la libertà, ya que Enrico desea sumergirse en ámbar, invisibilizarse ante el ojo público. ¿Cómo? Se toma una licencia (sin permiso ni aviso previo) para recluirse en la casa familiar de Danielle, una ex amiga y amante, para poder acomodar sus ideas.
Ante esta inesperada desaparición, su fiel secretario Andrea (Valerio Mastandrea) lo intenta rastrear por todos lados. Sin resultado alguno. El se excusa ante los colegas partidarios (y medios de comunicación): el funcionario está hospitalizado y no desea contactarse con nadie. Miente.
La búsqueda lo llevará a Giovanni Emani, un divertido filósofo bipolar, con quien Enrico no se habla desde hace 25 años. La peculiaridad es que son hermanos gemelos y aquí, como en otras películas, se usufructúan los parecidos para intercambiar roles.
Viva la libertà es una película regida por la pasión y el miedo. El entusiasmo por salir del ostracismo de Giovanni, demuestra que una leve insania -controlada con psicofármacos- puede torcer una balanza electoral. Impacta desde su lucidez poética, improvisa en sus discursos y posee un gran carisma en comparación a la opaca imagen que dejaba su hermano. Y también deja un mensaje subliminal: la política no necesita mucha cordura para funcionar.
En cambio Enrico se filtra en el mundo de su ex amante, espía (gran gestualidad en la oscuridad), fluye en el amor y así supera los miedos que lo encarcelaban como persona pública. Por algo, el cineasta Mung (pareja de Danielle) dice: “política y cine no están lejos, en ambas el engaño y el genio coexisten. Y a veces no es fácil distinguirlos”. Gran verdad.
Ante esta duplicación de papeles, talla la maestría actoral de Toni Servillo (de la ganadora del Oscar a mejor película extranjera La grande bellezza), que sólo resbala en las partes más risueñas del filme como el juego de escondidas en la sala de mapamundis (ante el presidente italiano), o el tango que baila con la primera canciller.