Hamburgo, 1946. Las Fuerzas Británicas están a cargo de la zona con el propósito de reconstruirla después de haberla bombardeado, organizar sus instituciones de otra forma, y “desnazificar” a los ciudadanos más peligrosos. Para que cumpla cómodamente su deber, al coronel Morgan (personaje ficcional) se le asigna una mansión expropiada. Muy considerado, el oficial deja que sus antiguos dueños permanezcan en ella. Se trata de un arquitecto viudo y su hija adolescente, una chica difícil, que acaso pueda unirse a los nazis todavía sueltos. El arquitecto, en cambio, no ofrece problemas. Hasta que entra en contacto íntimo con la mujer del coronel. Pero esa ya es otra clase de problema.
La relación tiene sus excusas en el desgaste del matrimonio y el dolor de las pérdidas mutuas: en la guerra ella perdió a su hijo, y él a su esposa. De todos modos, parece una relación algo apresurada. Veremos qué le parece al coronel cuando se entere. Acá solo podemos anticipar que todo se cuenta de un modo elegante, medianamente suave, apenas alterado por alguna circunstancia exterior. Keyra Knightley, Jason Clarke y Alexander Skarsgard, intérpretes, James Kent, director, Franz Lusting, exquisito director de fotografía, amén de la vestuarista, la peinadora, la directora de arte, en fin, todos contribuyen a lo que podría llamarse “una novela fina”, agradable de ver.
Claro que la historia tendría más nervio con un especialista en melodramas tortuosos como el alemán Christian Petzold, o con una adaptación más atenta al personaje del hijo menor que por algo aparece en la novela original de Ridhian Brook en que se basa esta película. Ya habrá otras versiones.