Luego de unos años de ausencia o de poca actividad, la realizadora Kathryn Bigelow, muy atípica en su óptica del cine con respecto a sus colegas de género, vuelve al ruedo con un film de extraordinaria intensidad, capaz de producir una tensión difícil de tolerar. La ex esposa de James Cameron -con el cual justamente van a compartir nominaciones en los rubros de Mejor Director y Mejor Película-, logra mancomunar en Vivir al límite lo más puro del cine bélico contemporáneo con una mirada inquietante sobre la condición humana. Luego de un film iniciático adelantado a su época, Cuando cae la noche, aquél transformado en un clásico, Punto límite y una pieza futurista audaz y singular, Días extraños, la Bigelow empezó a filmar con menos asiduidad pero alcanzó a entregar otro film relacionado con el militarismo pero desde un punto de vista submarino y soviético, K-19.
Y reiterando su clara identificación con los temas que abordan los cineastas hombres, Vivir al límite está ambientada bien a fondo, como nunca antes se vio en el cine, en la guerra de Irak. Una zona en permanente conflicto vista a través de los ojos de tres soldados estadounidenses que forman parte del escuadrón elite que se ocupa de la tarea más ingrata, la del desmantelamiento de bombas y objetos explosivos de todo tipo que las organizaciones rebeldes diseminan contra los invasores pero también contra su propio pueblo. Este retrato tan cercano y dotado de un enfoque tan específico sobre el tema recuerda a otros grandes films del género como Apocalypse now, Pelotón, Nacido para matar y Salvando al soldado Ryan. Aunque aquí hay poco espacio para la reflexión y mucho para el constante desfile de situaciones extremas que se deben resolver, más que con valentía y coraje, con el mismo criterio suicida de sus oponentes. Si bien quedan algunos cabos sueltos, Vivir al límite es una obra de notable poder expresivo que deja lacerantes resonancias, dotada de un excepcional trío de intérpretes y que quizás sea la gran sorpresa de la próxima entrega de la Academia.