Lo que está en cuestión es lo que ocurre con el sujeto, en tanto es la subjetividad atravesada por la guerra, por lo fanático y lo vital, expuesto al segundo infame del destino.
La acción gira alrededor de la patrulla Bravo, cuya misión es desactivar bombas en medio de Bagdad. Desactivar bombas no es solo una cuestión técnica y mecánica. Significa que en medio de la ciudad se han instalado trampas explosivas que se pueden detonar repentinamente. Implica desalojar las zonas circundantes y exponerse a que exploten por acción de ciudadanos comunes o por errores en la manipulación. La guerra (consideremos que la invasión a Irak es una guerra y que el ejército estadounidense es beligerante y no ocupante) está metida en medio de las ciudades, entre civiles, niños, perros, soldados. Cada uno de ellos deja de tener una identidad reconocible (incluso unos soldados ingleses camuflados en el desierto). Bigelow cuenta con una potencia sorprendente la tensión de esta violencia. Mezclando tópicos comunes del cine bélico, como el oficial que desconoce las medidas de seguridad y con su valentía a cuestas lleva adelante las mayores proezas, tanto como la idea de una vida interna de cuartel cruzada por una virilidad excedente, enfrentamientos y hermandad a las piñas con la tensión, junto a la tensión de la quietud, de la espera ante la amenaza latente, de la carga dramática que acumula la aridez, la directora construye un relato potente. Pero lo que está en cuestión, y aquí visita nuevamente algunas de las idea matrices de su excelente Punto límite, es lo que ocurre con el sujeto, en tanto subjetividad atravesada por la guerra, por lo fanático y lo vital, expuesto al segundo infame del destino. Y como ese sujeto puede o no ser un sujeto para una sociedad burguesa moderna. Aunque por momentos el relato no avance, pocas secuencias como el enfrentamiento en el desierto han sido filmadas en el cine bélico. Solo por esa, la película justifica sus 130 minutos de duración.