El presente es mujer
Kathryn Bigelow es la directora de Punto límite. ¿Punto límite? Su título original es Point Break. ¿Point Break? Es la película en la que Patrick Swayze y Keanu Reeves surfeaban, se tiraban desde aviones y jugaban otros “deportes extremos”: Reeves era el policía que perseguía a la banda de ladrones comandada por Swayze, que robaba bancos con caretas de presidentes de los Estados Unidos. A esta altura, no pocos habrán reconocido la película de 1991, muy influyente y muy exhibida por televisión. Pero este artículo no quiere llamar la atención sobre esa película sino sobre otra, la más reciente película de Bigelow: The Hurt Locker. Bigelow mide 1,82m de altura, tiene casi 57 años imposibles de adivinar al verla, aspecto vital y deportivo y es la ex mujer de James Cameron. También es la gran directora de cine de acción y aledaños (otras de sus películas estrenadas en Argentina son “la de submarinos” K-19 The Widowmaker, con Harrison Ford, y Días extraños).
The Hurt Locker se presentó en Venecia y en Toronto a principios de septiembre. E inauguró el pasado jueves 6 de noviembre el Festival de Cine de Mar del Plata. The Hurt Locker es sobre el conflictivo presente de Estados Unidos en Irak. Pero a diferencia de otras películas que intentan dar cuenta de ese desastre mediante planteos generales, Bigelow llega a lo general a partir de historias particulares, en este caso las de los integrantes de un equipo de desarmadores de bombas. Como ocurría en el cine clásico de Hollywood, Bigelow dice mucho bajo la apariencia de estar narrando meras acciones. Cuando William James (Jeremy Renner), el personaje principal, salga de la base militar a investigar por su cuenta y sin mayores pruebas que sus sospechas y su paranoia, se encontrará con un mundo que no entiende y quedará desorientado, equivocado y aislado; su violencia preventiva quedará expuesta, así como el rechazo de los locales. De esta manera, en una secuencia vibrante, Bigelow opina sobre la presencia estadounidense en Irak. Pero The Hurt Locker es, además, una película de suspenso y tensión máximas. Cada secuencia en la que se intenta desactivar algún explosivo es ejemplar en su construcción y, además, en varias de ellas se demuestra que las sensaciones fuertes en el cine no tienen necesariamente que ver con hacer estallar miles de cosas. A veces, los desarmadores de bombas tienen éxito y nada explota, pero Bigelow sabe explotar los recursos del cine, y en esta ocasión no queda grande mencionar a directores como Hitchcock, Fuller y Hawks, que forman parte del acervo de una directora que también brilla fuera de las imágenes de la guerra, cuando el relato se ubica por breves minutos en los Estados Unidos. Allí, con un desolado y desolador plano en un supermercado, establece su crítica mirada sobre la sociedad actual, como lo hizo de forma más explícita en Días extraños.
Es, entonces, una buena noticia la existencia de una película como The Hurt Locker, y también su exhibición en Mar del Plata, con la presencia de la propia Bigelow. Por otro lado, los hombres son mayoría casi absoluta en la acción y el suspenso, y Bigelow no solo filma mejor que casi todos ellos sino que, mediante su trabajo y sin ningún tipo de alarde, sigue abriendo –con espíritu pionero– zonas del cine habitualmente no transitadas habitualmente por sus congéneres. Esto también es una buena noticia. La mala noticia es que, si bien Bigelow me dijo en Mar del Plata que había algún distribuidor argentino interesado en su película, al momento de escribir esta nota su distribución cinematográfica local no estaba asegurada (si algún distribuidor ya ha comprado la película, por favor hágalo saber en los comentarios). The Hurt Locker no está protagonizada por estrellas y eso quizás le reste potencia comercial, pero es una película memorable que merece ser vista por mucho público.
Algo más, del orden de lo anecdótico. En el hiperprofesional festival de Toronto, The Hurt Locker se exhibió en una sala grande (y llena). En esa función (como en muchas otras del festival), había señores vestidos de negro –para no ser vistos en la oscuridad de la sala– con unos adminículos infrarrojos, que observaban a la concurrencia parados cerca de la pantalla para vigilar y evitar grabaciones piratas. Cuando uno de ellos ordenó a alguien que apagara inmediatamente su teléfono celular como si fuera un objeto peligrosísimo (hoy, ya saben, hay cámaras por todos lados), no pude evitar sentir un tenso escalofrío. Por un momento, fugaz e irracional pero intenso, el teléfono celular fue para mí una bomba en el cargado aire de la sala. Y el aire de la sala estaba cargado de suspenso, tensión, violencia, acción y emociones fuertes: es decir, del cine rotundamente físico de Kathryn Bigelow.