Kathryn Bigelow no encaja del todo en los cánones de Hollywood. Su cine (“Punto límite”, “Días extraños”), siempre va un poco más allá. Con un presupuesto moderado para las cifras que maneja el cine estadounidense (12 millones de dólares), este film viene cosechando una buena cantidad de premios y va a correr en pie de igualdad en la carrera por el Oscar con “Avatar”, la megaproducción de su ex marido, James Cameron. Bigelow insiste con un cine intenso, que no responde a recetas transitadas. Si participar en una guerra es un infierno, ¿por qué tantos hombres –se pregunta– están dispuestos a ir a pelear en una época en la que el servicio militar no es obligatorio? Sigue habiendo gente dispuesta a alistarse en el Ejercito y llevar adelante tareas de riesgo. ¿Una adicción? Bigelow se ocupa de una particular elite de soldados especialistas en desarmar bombas durante el combate. El sargento James se hace cargo de uno de estos grupos destinados a la peligrosa faena de desactivar explosivos. El conflicto estalla cuando dos de sus subordinados, Sanbom y Eldridge, se involucran en un temerario juego de guerra. James se comporta con total indiferencia frente a la muerte. Cuando sus hombres intentan quitarle el liderazgo, conocerán la verdadera personalidad del recién llegado. La apuesta de Bigelow no se inscribe en las habituales pautas del cine bélico. Habla de la condición humana puesta a prueba en situaciones extremas. En una situación límite, reaccionamos como esas bombas. Mucho ojo porque, a la primera de cambio, se produce el estallido y puede convocar una reacción en cadena.