La industria del cine, como tantas otras, es machista por esencia. Y Hollywood es el mayor ejemplo de esto. No sólo por la óptica de las películas, sino por la poca presencia de realizadoras mujeres. El reciente Oscar a Kathryn Bigelow, la primera mujer en alcanzar el Oscar a Mejor Dirección, refleja una cuestión particular. A diferencia del resto de las directoras, Bigelow no se dedica a hacer un cine femenino. Para la industria machista de Hollywood, entregarle un Oscar a Bigelow, habitual realizadora de films de acción, es admitir algo demasiado complicado, que una mujer puede hacer un cine de hombres y para hombres mejor que cualquier otro hombre.
Vaya uno a saber cuál es la naturaleza de Bigelow que la ha llevado a hacer siempre films de acción. Podríamos afirmar que ha aprendido mucho de Cameron, su ex marido, pero afirmar esto es caer en el mismo machismo que manifiesta la industria. Yo prefiero no adherirme a esa afirmación, mucho menos después de haberme alegrado de que esta mujer le haya arrebatado los Oscars principales a su multimillonario ex (más allá de los méritos cinematográficos de una y otra película, que son imposibles de comparar porque cada una le aporta lo suyo al cine desde dos propuestas disímiles). Bigelow ganó el Oscar con una película trascendente dentro de su filmografía, pero extremadamente coherente con toda su carrera, que siempre se caracterizó por evitar los lugares comunes de la mujer en el cine. Hasta la aparición de Bigelow, nadie hubiese pensado que una mujer podría dirigir bien películas de acción, principalmente porque es difícil de creer que una mujer puede apasionarse por este tipo de cine. Aun hoy un espectador desprevenido puede ver películas como Point Break o K-19 y suponer de entrada que las dirigió un hombre, de la misma forma en que, si conocemos el cine de la Bigelow, nos cuesta pensar en esta mujer disfrutando como espectadora de una comedia romántica.
Centrándonos en En tierra hostil, el film de Bigelow que nos convoca, esta película ganó el Oscar porque aborda de manera particular el cine bélico. Naturalmente, de un tiempo a esta parte, el cine bélico que triunfa en los Oscars es el antibélico, el que plantea la irracionalidad de la guerra, justamente en una sociedad que viene de años de apoyar las guerras intervencionistas. En lugar de apelar a la consabida locura de la guerra, algo que ya se vio demasiado en los mejores o peores ejemplares surgidos a partir de Vietnam, Bigelow nos muestra a la guerra como una acción propia del ser humano. En esta película, los soldados de Irak no pierden la cabeza por la guerra. Mucho peor. La película abre con una frase que afirma que la guerra es una droga, y esto lo sabe el protagonista. El sargento James, un valiente e imprudente desactivador de bombas, está enfermo por la guerra, no puede vivir sin ella. Tiene un hogar aparentemente feliz que lo espera, una mujer, un hijo pequeño. Pero su vida no está allí, sino en el campo de batalla, con la adrenalina y la tensión que implica desactivar una bomba, corriendo el riesgo de perder la vida a cada momento. En una escena, un superior que lo halaga luego de una misión, le pregunta cuántas bombas desactivó. James le contesta una cifra descomunal, y el superior, vitoreándolo, le hace una pregunta compleja, “¿Cuál es la mejor forma de desactivar una bomba?”, a lo cual responde con una frase precisa: “La forma en la que uno no muere”, una respuesta que habla tanto de su naturaleza como su accionar cotidiano. James desactiva bombas evitando morir en el intento, pero no parece saber cuál es la verdadera razón de su existencia. Es por ello que sigue enfrentándose día a día a la posibilidad de perder la vida por un explosivo, porque no puede vivir sin esa dosis de tensión límite, su mayor droga.
En esa adrenalina constante, le toca conocer de cerca a los extremistas que se atreven a dar su vida, y la de sus enemigos, por una doctrina, hasta que, en una escena clave, intenta salvar la vida de un hombre cargado de explosivos que no desea cometer un acto suicida por el amor que siente por su familia. James comprende al hombre pero, a diferencia de él, no puede evitar su adicción a vivir situaciones límite, porque ni en su propia familia encuentra la felicidad anhelada. Esta droga no le anula su espíritu compasivo. Lo vemos jugar al fútbol con un niño iraquí que se hace llamar Beckham y que vende copias piratas de películas a las tropas, y luego lo vemos quebrarse ante un hecho crucial que parece involucrar a este chico. Sin embargo, a diferencia de muchos filmes, que nos muestran a los jóvenes soldados añorando la familia que les espera en su hogar, Bigelow nos muestra a un soldado que no puede vivir sin enfrentarse a la muerte todos los días, y que es tan suicida como los extremistas islámicos que les toca enfrentar, aunque sean otros los motivos que lo llevan a ese coqueteo constante con la muerte. En ese sentido, la escena en la que le dice a su bebé que algún día los elementos que hoy lo hacen feliz no tendrán importancia, es tan reveladora como emotiva (aunque sea la escena más explícita, más concesiva y menos coherente con la puesta símil documental del resto del film).
Al terrible drama que vive el protagonista, y al complejo discurso que adopta la película respecto a la naturaleza de la guerra, Bigelow le agrega una cámara y un montaje en constante nervio, que registra algunas de las escenas bélicas más realistas que se hayan visto, a la vez que coquetea con dos géneros concretos, el suspenso (la tensión siempre está puesta en la posibilidad de que los explosivos no puedan ser desactivados a tiempo, lo que hace que la película juegue más con el suspenso que con el propio cine bélico) y el western, al cual le pertenecen, por ejemplo, la aridez de los campos minados iraquíes, y el último y desolador plano del protagonista, caminando hacia la acción, sin poder despegarse de aquello que lo acerca a la muerte y, a la vez, le da un triste sentido a su vida.
Kathryn Bigelow lo hizo de nuevo y mejor, volvió a demostrar que el cine de acción y testosterona no necesita de heroínas gratuitas para no ser sólo cosa de hombres. Y lo demuestra con un film tan dinámico como reflexivo, mucho más enérgico y complejo que el grueso de las películas de este tipo.