A la deriva
El cuarto largometraje de Ben Affleck, esta vez a cargo de la dirección, el guión, el rol protagónico y parte de la producción, lo encuentra primero en Boston –donde también se situaban sus dos primeras películas- en la década del ’20, como un ex combatiente de la Primera Guerra Mundial devenido en ladrón de poca monta, un outsider que no está asociado a ninguna banda criminal, envuelto en un romance con la amante de un capo de la mafia irlandesa. Esto último es lo que le pone un punto final a sus andanzas en Boston y da inicio a la segunda parte de la película, pero también a otras películas dentro de la misma, solo que ahora en Tampa, Florida, donde el ladrón convertido en gángster irá a hacerse cargo del negocio de ron de la mafia italiana. Pero la historia de venganza que prometía esta segunda mitad queda desdibujada ante la acumulación de subtramas que parecen provenir de otras películas y desentonan en Vivir de noche. La trama que transcurría de manera más o menos prolija en Boston –a excepción de una persecución en la que se entiende poco y nada lo que sucede, quién dispara a quién y dónde, la ubicación de los personajes resulta confusa y tampoco es clara la distancia entre perseguidor y perseguido– es dejada de lado en Florida y reemplazada por una serie de discursos sociales, religiosos y racistas; aparecen inmigrantes cubanos, evangelistas, el Ku Klux Clan y las dificultades de guion.
El mayor problema de Vivir de noche es que se estanca dramáticamente, no desarrolla a ninguno de sus personajes más allá de dos o tres características, y resulta digresiva y arbitraria en cuanto a sus resoluciones –un ejemplo es la muerte de su esposa– y a los objetivos del protagonista que, llegado un punto, dejan de existir y las acciones ya no responden a un objetivo unificador, sino vaya a saber a qué. A esto se le suma la falta de conexión entre las escenas por la cantidad de películas diferentes que conviven dentro de la misma –la historia de la chica que sueña con triunfar en Hollywood y luego de una breve adicción a las drogas resurge convertida en líder religiosa desentona dentro de la trama gangsteril–. que a su vez llega a tener al menos tres finales distintos antes del definitivo.
El discurso social subrayado se hace cada vez más evidente hasta terminar tapando por completo la narración principal, aquella interesante historia sobre un criminal traicionado por su amada que ahora buscará venganza bajo el ala de la mafia italiana. De esta segunda parte, que además parece mucho más extensa de lo que realmente es, no hay mucho más para rescatar que la escena del tiroteo a lo Scarface en una mansión de lujo.
Si hay alguien que entiende perfectamente la tradición del cine americano es el director de Atracción peligrosa y de Argo, un tipo que era capaz de recrear el brillo del cine de gángsters de los ’30 y ‘40. Y tenía todo para hacerlo, simplemente se desvió; Vivir de noche es la prueba de que un director notable también puede derrapar de vez en cuando. Y aunque eso le cueste que una parte de la crítica ahora lo considere un director mediocre, un tropezón no es caída, y menos para un gran narrador como Ben Affleck.