“El éxito en la vida es el camino que va de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo” Winston Churchill.
Esta podría ser la síntesis discursiva perfecta de ésta coproducción entre los Estados Unidos, Alemania y Gran Bretaña, sobre lo que está tratando de ejemplificar con la fábula que nos cuenta.
Basada en la historia real de Eddie Edwards (Taron Egerton) apodado “The Eagle”, no se aparta nunca de la idea de la superación personal. Esto se sabe de antemano, éste tipo de filmes traídos de la vida de personas reales, antihéroes por definición, tienen como fin el mostrarlos como victoriosos, son pocos los ejemplos en la producción cinematográfica que cierren sobre el fracaso de su protagonista.
De estructura narrativa lineal y convencional, la realización es un manifiesto catálogo en la prosecución y logro de mostrar todos y cada unos de los lugares comunes, clichés, formalismos a ultranza de éste tipo de producciones. Nada ha sido dejado en el libro, todo puesto, desde los primeros planos de todos y cada uno de los rostros de los que de alguna manera participaron en la vida de nuestro personaje, en la escena de final casi frenético, en el que logra su objetivo, trabajada desde una cámara lenta con música empática por excelencia incluida.
Sin olvidarse de una secuencia trabajada desde le estética del videoclip en la cual vemos a nuestro futuro ídolo practicando, al principio no logrando ni lo mínimo hasta posteriormente llegar a su objetivo primario.
Pero como el director le da un tono simpático de manera constante la narración en ese recorrido nos va llevando sin sobresaltos, posiblemente la primera secuencia del filme, con una escena varias veces repetidas, con pequeñas modificaciones, sólo para mostrar su perseverancia, como forma de constituir al personaje, sea la principal responsable de nuestro enganche con el texto.
Son las que nos muestran a Eddie siendo un niño (Tom Costello) que arma su valija para ir a competir a los juegos olímpicos de lo que sea, ante la complicidad de su madre, Janette (Jo Hartley), y el retorno al hogar con un padre, Terry (Keith Allen), que no cree en él. En toda esta secuencia nunca llega más allá de la parada del bus.
Hay un motivo revelador en la postura del padre y es que Eddie sufre de una malformación ósea en una de sus piernas, lo que le debiera imposibilitar la práctica de cualquier deporte. Allí está la madre que lo alienta con su presencia constante.
Faltaba solamente que le grite “¡Corre forrest corre!”, claro que en “Forrest Gump” (1994) no era la madre la que exclamaba y en éste caso no hay una Jenny que lo sostenga en su deseo.
En esta simpatía a ultranza que transpira el filme nos cruzamos con una variedad de personajes sacados del mismo libro de los estereotipos, en tanto conformación, construcción y desarrollo de los mismos: los padres ya nombrados, el director del comité olímpico inglés que no lo quiere ni en figurita, entre ellos aparece Bronson Peary (Hugh Jackman), un ex prodigio del salto con esquíes, hoy alcohólico y derrotado que se dedica a limpiar las pistas y hará de entrenador de Eddie, hasta que logra participar en los juegos olímpicos de invierno realizados en Canadá en 1988.
Lo mejor de la realización son las actuaciones, todo un seleccionado mundial de habla inglesa, empezando por el actor británico Taron Egerton, de muy buen trabajo, la única salvedad con su interpretación, y no depende del actor sino de la marcaciones de su director, es que durante toda la narración Eddie, de adulto, parece por el rictus de su rostro estar constipado. ¿No tenían laxante?
Continuando por los también actores británicos que personifican a los padres, o el malvado de turno Dustin Target, (Tim McInnerny), miembro principal del comité olímpico, hasta llegar al australiano Hugh Jackman quien hace creíble con su presencia a su personaje y al mismo tiempo le da visos de mayor credibilidad al personaje de Eddie, para finalizar con la frutilla del postre que es la presencia muy fugaz del actor estadounidense Christopher Walken, en el rol de Warren Sharp, el ex entrenador de Bronson Peary, todo un lujo para este un poco más que correcto, complaciente y empático filme.