Se estrena Volando alto, de Dexter Fletcher, la biopic sobre Eddie “El águila” Edwards, un joven británico que cumplió su sueño de participar en los Juegos Olímpicos.
Nada es imposible. Eddie Edwards, hijo de un yesero podría haber elegido seguir los pasos de su padre y continuar los consejos de su médico que le impidió hacer deportes, pero en cambio fue hasta el final con un sueño. Participar de los Juegos Olímpicos de invierno en 1988 en Canadá.
Personaje caricaturesco, pero no caricaturizado, Eddie es un niño de 23 años. Su postura corporal y su inocencia lo asimilan como un infante perseverante y tenaz que no se va a rendir a ninguna costa.
Inspirada en una historia real, el actor británico Dexter Fletcher –trabajó en las primeras películas de Guy Ritchie- bajo el ala de Matthew Vaugh lleva adelante una agradable experiencia, esta clásica biopic deportiva con pretensiones inspirativas y espíritu ochentoso. La clave del film es no centrarlo simplemente en los contratiempos que sufre el personaje ni incrementar el drama a través de una melodía sentimentaloide. En cambio Fletcher, apuesta por el humor y exprime esa inocencia para convertir al personaje en una especie de Nerd, al que el espectador desea verle cumplir sus objetivos, por más insanos que parezcan.
Para convertirse en el mejor –y único- saltador de Sky necesita un entrenador, y así consigue a Bronson –Hugh Jackman- un instructor que pasa sus días tomando alcohol y amargándose por dejar pasar su oportunidad.
En este instante, el film pasa de ser una suerte de soliloquio de las aventura y fracasos del protagonista a ser una buddy movie clásica, entre dos personajes antagónicos y complementarios. Sin dejarse tentar por la vertiente romántica o trágica, el film muestra como los propios obstáculos, incluidas las burlas de los equipos contrarios, las bromas de sus compañeros olímpicos y la poca voluntad de su padre para ayudarlo, impulsan al personaje a seguir adelante, saltando y arriesgando su vida.
Fletcher retoma el espíritu británico de Billy Elliot y deposita el peso del film en Taron Egerton, el protagonista de Kingsman: el servicio secreto, quién, en una notable transformación física, consigue un personaje querible y atractivo. Hugh Jackman se convierte en un complemento ideal gracias al carisma innato del actor y sus cualidades en la comedia musical, que aunque acá no cante, lo ayudan a crear un personaje con toques de bailarín. Se suman en pequeños personajes Jim Broadbent y Christopher Walken.
El film no deslumbra por la puesta en escena, pero se destaca la tensión, el suspenso y el uso de los efectos especiales en las escenas de saltos, generando una sensación de estar en los pies de Eddie, el águila, cada vez que se desliza por la pendiente. La cámara subjetiva simula el vértigo que se puede sentir en una montaña rusa.
Si bien el guión es bastante convencional, así como los diálogos no dejan afuera ningún clisé o estereotipo de los films deportivos de los 80 y 90, incluida Jamaica bajo cero –la del equipo de Bobsled jamaiquino que participó en las misma olimpiadas- los atributos de Volando alto son el carisma de sus intérpretes y su tono humorístico, más cercano al de Richard Curtis que al de la mayoría de cineastas estadounidenses que hubiese priorizado la emoción forzada a la faceta más absurda de la historia, y apoyado por una banda de sonido de hits populares de fines de esa década, tan imperfecta como nostálgica, llena de personajes atractivos y olvidados como Eddie, el águila.