Con la frente (un poco) marchita
Vi Volver al futuro en su estreno, en el cine Metro, (yo tenía doce años). Luego la volví a ver en VHS a fines de esa década. Y nunca más la volví a ver (pero nunca, ni en televisión), hasta anteayer, miércoles 16 de febrero de 2011, en la última función (última última, ya salió de cartel) de este reestreno digital. Esta es una pequeña crónica crítica de ese reencuentro.
1. El cine estaba lleno. Pero lleno, llenísimo. Esto indica bastante claramente que la película sale de cartel con mucho éxito y seguramente con muchos espectadores potenciales que no aprovechará. No había nadie (o casi nadie) mayor de cincuenta años, y los mayores de cuarenta eran pocos. Había, eso sí, un ambiente de celebración.
2. Comienza la película, gran plano de los relojes, extensa descripción del espacio, sin música. Un plano intrigante, luminoso, que abre grandes expectativas. Llegamos a las zapatillas de Marty McFly, al gag del amplificador, a la patineta. Todo impecablemente narrado.
3. Eso, la narración es impecable, plantea grandes y variados temas en segundo plano (política, familia, el tiempo, la cultura popular y varios etcéteras), hace comprensibles las complicaciones del viaje en el tiempo y sus diversas implicancias, hay buen ritmo, buenas situaciones.
4. Sin embargo, más allá de ciertos momentos (Calvin Klein, el baile, el final con el reloj) el disfrute es de baja intensidad. Es decir, mi disfrute es de baja intensidad; el de la sala era desaforado, incluso con aplausos en diversos momentos (por ejemplo, el bife a Biff), y no solamente al final.
5. ¿Qué no me gusta de Volver al futuro? O mejor dicho, ¿qué hace que no pueda sumarme al delirio de placer que provoca en tanta gente? Vamos por partes. Por un lado, el remate excesivo de cada chiste, muy en la tradición de mucho mainstream de los ochenta (no recordaba que estuviera tan presente en esta película): cuando ya quedó claro el chiste, quedó claro de qué es exactamente aquello de lo que tenemos que reírnos, se agrega una línea de diálogo de más, un mohín extra, innecesario, cercano al cartoon, o cercano a los gestos con las manos de los cómicos argentinos de los carteles de teatro de revistas. Este detalle (las películas se arman en buena medida con detalles) es algo de lo peor del cine multitarget: todos, pero todos pero todos, deben ser capaces de entender cada chiste, incluso en detrimento de la velocidad narrativa (estos gestos innecesarios alargan las secuencias inútilmente, y nos hacen sentir un poco subestimados).
6. Las actuaciones, que van de la mano con el “gesto explicativo de más”. Son actuaciones redundantes, caricaturescas, con los ojos demasiado enfáticos, con los diálogos demasiado dichos. Sí, soy consciente de que es un modo, una elección, también consciente. Sin embargo, creo que este modo de actuación envejece muy rápido. Ciertos detalles en los modos de hablar, de gesticular, de caminar, cambian con el tiempo. Los del cine de los ochenta fueron especialmente plásticos, no han envejecido bien (los de los setenta han envejecido mejor). Y si a eso se le suma la exageración, el problema es mayor.
7. Tal vez sea un efecto amplificado por la copia digital (Volver al futuro se pensó para ser proyectada en fílmico), pero el maquillaje de los personajes es tremendo: claro, hay que envejecer a los actores que en 1955 son jóvenes y en 1985 tienen treinta años más. El envejecimiento es ridículo, las caras parecen tener pedazos de mampostería y los cuellos parecen de pollo. Lo extraño es que el maquillaje es muy ostensible también en Michael J. Fox, que no tiene que cambiar de edad: se le nota, y mucho. A fin de cuentas, los efectos visuales del DeLorean volando han envejecido menos que los efectos de maquillaje (aunque el problema quizás esté también relacionado con la decisión de poner un exceso de maquillaje).
8. Pero el problema mayor, tal vez el problema de base, es que soy una persona muy poco nostálgica y muy poco fanática. Ver Volver al futuro no me retrotrae a mi infancia, la película hoy es la película como la veo hoy. Y tampoco tengo ganas de volver a la infancia, ni a la adolescencia. Por otro lado, nunca tuve esa costumbre de ver a repetición las películas. Sí, he vuelto a ver muchas, pero nunca fanáticamente. Ni siquiera en la adolescencia he visto las películas a pura celebración, con mero fanatismo. Tal vez esa práctica me habría preparado mejor para este reencuentro con una película estrenada cuando yo era chico, en el pasado.