Si hay algo claro en Tornando a casa es su punto de partida y su finalidad: los documentos de la familia Acefalo para hacer un recorrido pormenorizado en la vida como marinero de Carlo, hijo perdido en la Segunda Guerra Mundial. La decisión de contrastar esto con actores que reinterpreten las vidas de los marineros en el submarino Macalle, donde trabajó Carlo; es arriesgada porque apela al nivel más evidente del artificio, que con frecuencia desligamos de los documentales. Estamos, entonces, ante una obra que alterna entrevistas, material histórico y ficción.
Cierto tono lastimero, delatado por la banda sonora de Andrés Rubinsztejn, nos saca por momentos de la película. Y tal distracción nos abre una pregunta: ¿Basta que un documental trabaje con material histórico para hacerlo interesante?
Por un lado, la frase “los huesos están vivos”, dicha por el antropólogo forense Matteo Borrini, nos da cuenta de que el documental aprovecha plenamente el diario de guerra del submarino, cartas, la participación de uno de los sobrevivientes en un programa de la RAI, fotografías e, incluso, ilustraciones de Roberto Molino en torno al naufragio. Preve, director y guionista, está armando una arqueología de Carlo Acefalo como un cadáver al que le queda vida mientras no esté enterrado donde debería. Y esto lleva a Borrini y Preve a una excavación arqueológica. Antes del minuto treinta de la película, nos enteramos de la finalidad última de esta: que se traslade el cadáver de Carlo desde Sudán hasta su patria italiana, junto a la lápida de su madre. Se trata de un registro (parcialmente) documental de repatriación.
Pero la obra flaquea en los segmentos donde se nos muestra el lado ficcional de la ‘historia’. Como si desconfiara del material comprobable, las escenas en las que los actores interpretan las desventuras de los marineros sólo ilustran lo leído por la voz en off o lo que reflexionan los especialistas. Esta llaneza termina perjudicando nuestro interés. Si el objetivo está delimitado y hay suficiente material por sí solo, ¿realmente hacen falta estos segmentos para ilustrarnos una metodología de investigación tan potente? La respuesta está en que, cuando llegamos al sitio donde debe estaría el cadáver, el director procede a mostrarnos a los actores como marineros arribando a esa costa después del naufragio. Si se supone que en ese momento sintamos algo por lo sugerido con la música, no ocurre tal cosa. Y quien crea que la emoción depende nada más de la subjetividad de cada espectador, está omitiendo el hecho de que la idea del documental tiene su raigambre: los documentos son como los huesos. Ambos nos cuentan una vida coagulada en el tiempo, aunque el material histórico lo haga desde lo intelectual y los segundos, desde lo genético. Documentar algo apunta a la raíz de esa historia y aquí la ficción nos está distrayendo del objetivo.
Simbólicamente, es muy valioso que el apellido del protagonista sea Acefalo y el objetivo del realizador sea la repatriación de una de las ‘cabezas’ de la familia a su tierra nativa. Esto queda claro no por el camino evidente de remitir a la etimología de la palabra acéfalo (sin cabeza), sino cuando, en el segmento más ficcional, los marineros entierran el cadáver de Carlo y la voz en off de Borrini, el antropólogo, concluye “ya empezamos a ver a una persona”. Si bien suponemos que se refiere al proceso de excavación, emprendido unos minutos antes; el corte siguiente nos muestra una fotografía en primer plano del rostro de Carlo. Al final, Ricardo Preve le está brindando su lugar primordial a la antropología forense como vía para desentrañar la historia ‘incompleta’ de un individuo desde su identidad más profunda y su repercusión en una sociedad, a pesar de que el lado ilustrativo de su obra postergue en exceso esta conclusión.