Hay, ya a esta altura, casi un axioma en relación al cine de Hollywood que reza: “Si dice basado en hechos reales, no le creas nada”
Hace unos días me toco en suerte (mala) tener que ver y escribir sobre un engendro fílmico como es “Cuando te encuentre”. Ahora, doblando la apuesta (entra en juego los votos) sobre cual es el umbral de tolerancia, me exigen que escriba sobre “Votos de amor”, cuyo título original es “The Vow”, algo así como el voto, o la promesa, pero que aquí casi acaba por redondear la previsibilidad de todas y cada una de las secuencias que terminan por conformar la historia.
En realidad uno hasta podría decir que desde la trama, y sólo desde ella, esta podría ser la continuación de la mencionada en primer lugar, a la que le cambiaron los actores, el espacio físico y un poco los personajes, y bien podría responder a un titulo general abarcativo: “Cuando te encuentre, te daré mis votos de amor”.
Veamos. “Cuando te encuentre” termina con todos los elementos predispuestos para una boda a concretarse entre los protagonistas; en “Votos de amor” la historia comienza con la pareja casada, son pan y manteca, culo y calzón, Batman y Robin (elija la que quiera), tal para cual. Ocurre un Accidente. Ella despierta con amnesia retrograda con elementos postraumáticos fijados en espacio temporal especifico ¿La razón? Nunca explicada, por ende ella no puede precisar nada de los últimos 5 años vividos, incluyendo la convivencia con su marido.
Paige (Rachel McAdams) sólo recuerda su vida anterior con su familia de origen. De Leo (Chaning Tatum) nada, ni lo registra.
Todo esto ocurre en los primeros minutos. El resto es el recorrido del Leo, el héroe, para lograr que Paige recuerde, o en su defecto vuelva a enamorarse de él. Pero ella, empecinada, quiere volver a la casa de sus padres, una familia de clase alta de Illinois. Bill (Sam Neil) y Rita (Jessica Lange) son los padres abnegados en la prosecución de la mejoría de la hija, aunque nunca revelen que no desean que recupere la memoria, sino que vuelva a ser la chica de hace 5 años atrás.
En todas las familias se esconden secretos y mentiras, y ésta no podía ser la excepción. Uno de estos secretos, ahora olvidado, alejo a Paige de su amada familia. Tan banal, pueril, e inconsistente es la excusa como todo la narración, salvo que el puritanismo obsecuente siga siendo moneda corriente por esos lares pasada la primera década del siglo XXI.
Ya ni siquiera es tan grave como el haber caído en la tentación de incluir todos y cada uno de los estereotipos, como sacados de un libro escrito en Hollywood, de formulas entre las que se encuentre el “cómo hacer un drama romántico y no olvidarse de nada”.
Entonces tenemos, por un lado al ex novio, malo y que sólo se quiere a él, por otro a la madre que no importa cómo ni por qué ni evaluar las consecuencias de esforzarse de mantener la familia unida, y finalmente el padre prepotente que pondrá a prueba la honestidad afectiva de su yerno, al que no conocía ni nunca querrá.
Todo es de formula en este producto fílmico, hasta la utilización de la voz en off pasa a ser un recurso redundante que sólo termina irritando al espectador. Todos los rubros técnicos, arte, sonido, cámara, fotografía, y hasta el montaje, están diseñados en función del cuentito.
Rachel y Chaining demuestran que tiene talento para emprendimientos más importante que éste, sobre todo ella, pero la química que entre ellos se refleja en pantalla parece estar fuera, como si estuviésemos hablando de otra película.
No sólo es dolorosa para los ojos o para el cerebro esta producción, igualmente nos hace doler, casi hasta las lagrimas, ver a un Sam Neil desperdiciado y a Jessica Lange que demuestra que el paso del tiempo es implacable, sobre todo en algunos rostros.