Viajar, viajar
Las mejores películas no se pueden explicar. Pero una película inexplicable no es necesariamente buena. Voyage, voyage pertenece al grupo de las cosas inexplicables a secas. La trama refiere que dos hermanos franceses llegan a la Argentina para asistir al casamiento de un primo que va a celebrarse en la provincia de Mendoza. Uno de los hermanos es letrista de canciones (una perversión francesa), paciente psiquiátrico y enamoradizo full time. Del otro no se sabe cuál es su ocupación; solo que aterriza en Ezeiza vomitando, ya que tiene una resaca infernal, y está triste porque su mujer lo dejó. Como tienen unos días libres antes de la boda, los hermanos deciden salir a reventar las noches de Buenos Aires. Salen a bailar, intentan levantar unas chicas en un boliche y terminan en compañía de unas prostitutas que se demoran misteriosamente en acceder a tener comercio carnal con ellos, por lo que no les queda más remedio que salir corriendo sin pagar la tarifa reglamentaria. Voyage, voyage tiene una comicidad anémica, en realidad toda la película es un intento de hacer comedia que insistentemente fracasa, y acaso la convicción secreta de que una película es poco más que un par de actores más o menos simpáticos sueltos por ahí haciendo monerías. Modesta y todo como es, la fórmula podría funcionar, pero el director tiene una falta de timing notable para resolver cualquier situación que debería llevar a la risa y en cambio concluye como una mueca congelada ante su propia inoperancia. Y ya se sabe que tratar de hace reír sin conseguirlo es la mayor calamidad que puede sufrir una comedia. La película ensaya entonces los pasos de una road movie desfalleciente, donde no hay un programa de conocimiento personal, ni mucho menos indagación alguna del mundo, sino una profusión elemental de paisajes y un inventario de gracejos mínimos, piruetas decorativas de clown y algún que otro arrebato presuntamente reflexivo acerca de la importancia de la familia de sangre en el orden social. Voyage, voyage no tiene un gramo de astucia pero tampoco tiene nobleza. Sus personajes se pierden en los planos, más que nada porque la película se desentiende de ellos, como si el director considerara que definitivamente no les da la talla para habitar un espacio que no sea el del desconcierto o el ridículo. El final con Benjamin Biolay en su carácter de estrella invitada, metiéndose nervioso unas líneas de merca y maldiciendo su matrimonio por adelantado, es una nimiedad curiosa que no alcanza a torcer el destino de la película. Para Voyage, voyage el cine no constituye el territorio de la aventura sino el de la constatación resignada de la propia banalidad.