Tomate un vino y olvidate
Dos hermanos franceses llegan Buenos Aires, con la única intención de comenzar un viaje hacia Mendoza, rumbo al casamiento de un primo que se ha instalado en la región cuyana. Uno de ellos, acaba de ser abandonado por su esposa e hijos, el otro salió de un neuropsiquiátrico. Ni bien llegan, el primero descubre que le perdieron las valijas, el segundo trata de tomarse la situación con humor y levantarle los ánimos, aún perjudicando su propia salud. En el hotel donde paran conocen a Gonzalo, el típico argentino que se las sabe todas, aunque es bastante patético, ya que también fue dejado por la novia, que se ofrece como guía hacia las tierras mendocinas.
Esta coproducción franco argentina se define como una típica road movie que mezcla comedia y drama. Ofreciendo en su primera mitad, una típica pintura turística de Buenos Aires, incluyendo el centro porteño y algunos antros de la noche, mejora un poco en la segunda mitad cuando se convierte en una road movie hecha y derecha.
En Mendoza, los hermanos conocen viñedos de importantes familias, y al trío de “hermanos” (incluido el porteño Gonzalo) se suma una joven, hija de un hacendado, que se convierte en objeto de deseo de ambos franceses.
Deluc cae en bastantes lugares comunes, pero nunca pierde la brújula de la historia. Fotografía notablemente los paisajes argentinos, y aprovecha el carisma de sus protagonistas, incluido Gustavo Kamenetzky como Gonzalo, acaso el cómic relief más efectivo del film. Generalmente estos personajes no suelen funcionar, pero la gracia innata de Kamenetzky es soberbia y acompaña muy bien al dúo protagónico compuesto por Duvauchelle y Rebbot. Paloma Contreras, demuestra un notable talento, muy natural y verosímil en su personaje.
Sin el ingenio ni la intelectualidad de Javier Rebollo, Máriage á Mendoza, tiene varios puntos en común en su pintura de nuestro país y en algunos momentos narrativos con El Muerto y Ser Feliz. Por supuesto, que escasea de la cinefilia, las citas y la gran interpretación de José Sacristán, pero aún así tiene momentos de emoción y diversión genuina.
Mucho vino, algo de sexo, un poco de locura. Una road movie clásica, intrascendente, simpática, aunque olvidable.
Hacia el final, la aparición del cantante Benjamin Biolay, le da un toque de elegancia al elenco.
Sin grandes pretensiones, Deluc consigue un producto digno. Otros realizadores, más galardonados y con trayectorias de mayor renombre intentaron filmar en nuestro país consiguiendo productos desastrosos, imposibles de mirar, empezando por Robert Duvall y Francis Ford Coppola. Deluc no es Won Kar Wai ni Gus Van Sant, pero al menos cumple con lo que pretende: divertir y tomarse un vino.