La peli de dos franceses de viaje por Argentina
Voyage, voyage, de Edouard Deluc, es una ópera prima extemporánea. Esencialmente, es una road movie, no sólo porque los personajes viajan sino porque el carácter transitorio de la experiencia de viaje es contundente. Las buenas películas de viaje tienen un espíritu moderno y afirmativo: en la naturaleza fugitiva del tiempo se afirma algo, se dice sí mientras todo sucede; no hay una meta a seguir ni un destino a obedecer. El viajero se lanza, inventa algo, vuelve a empezar.
Dos hermanos parisinos llegan a Argentina. Estarán un rato en Buenos Aires y asistirán al casamiento de un primo que vive con su mujer argentina en Mendoza. Marcus escribe letras de canciones; Antoine es, según dice su hermano mayor, muy bueno con la tecnología, aunque su aspecto inicial es calamitoso. Recién separado, Antonie permanece dopado, una técnica efectiva para evitar el dolor.
Los hermanos pararán en un hotel de segunda categoría, irán a un par de bares guiados por el conserje, y una noche visitarán un burdel. Después, de nuevo guiados por el conserje, viajarán, camino a Mendoza, al Valle de la Luna. En pleno viaje, una mujer muy joven (la hijastra del conserje) se unirá al grupo, y llegarán todos juntos al casamiento. Hay de todo: revelaciones personales y familiares, un par de tiros, una encamada, algunos robos, un novio aterrorizado que para calmar su incertidumbre toma unas líneas de cocaína.
Sin embargo, lo que importa es la renovación de los vínculos a la luz de un descubrimiento. Deluc sugiere que en todo viaje (iniciático) la identidad de los viajeros se redefine por la imperceptible pero influyente inadecuación entre paisaje, lenguaje y psicología; de ahí que su mirada sobre Buenos Aires y Mendoza no sea turística, aunque Marcus se saque dos fotos con el obelisco de fondo.
La simpatía de los intérpretes es ostensible. Es evidente que Deluc profesa un amor igualitario por todos sus personajes, y por eso Philippe Rebbot, que interpreta a Marcus, y el talentoso y reconocido Nicolas Duvauchelle pueden adueñarse de las escenas con total libertad. Es en la interacción afectiva entre los hermanos, siempre cambiante y dialéctica, donde evoluciona secretamente la película, construida a partir de un contrapunto entre personalidades y estadios anímicos.
Voyage, voyage es una película tan amable como ligera. La prepotencia de la cotidianidad apenas se insinúa en este cuento inverosímil sobre dos hermanos que, a pesar de ser sobrevivientes de sus propias vidas, creen tener el derecho de volver a imaginarlas. Una ilusión atendible, un deseo de la gran mayoría silenciosa.