"Vuelta al perro": teatro filmado.
Si años atrás se utilizaba la fórmula “cine dentro del cine” para aludir a films autorreferenciales, para hablar de Vuelta al perro habrá que echar mano de la expresión “teatro dentro del teatro (filmado)”. La opera prima de Nicolás Di Cocco no plantea las disímiles relaciones entre ambas formas de representación, como algunos films del portugués Manoel de Oliveira, ni filma deliberadamente lo teatral para traer al primer plano el carácter de artificio, como sucedía en algunos films del francés Jacques Rivette. Vuelta al perro es, en síntesis, teatro filmado que ignora serlo.
En Vuelta al perro, actores formados en el teatro naturalista hacen de actores de teatro que intentan montar una obra lisamente llamada Anatomía de una pareja. Lo que podría ser una puesta en abismo, o un juego de cajas chinas, no es aquí otra cosa que el reflejo en un espejo que devuelve una imagen idéntica. Esto es: no hay una distancia o grieta que permita pensar en las relaciones entre la cosa y su reflejo, apelando a algún doblez. Si el modo de representación atrasa algunas décadas, la propia ficción habla de una fuga hacia atrás como escape del presente.
La fábula es semejante a la de El ciudadano ilustre, con la diferencia de que el “artista consagrado” que vuelve al pueblo es un loser. Ricardo Darring (Daniel Di Cocco, padre del realizador) no tiene para pagar las cuentas, ni una cena con la hija, pero no pierde el aire de figurón. Hasta que el intendente de su pueblo natal (Mauricio Minetti) le hace una oferta que no puede rechazar: volver a poner la obra que lo hizo famoso “aquí y en el exterior”, por un estipendio que no le viene precisamente mal. Será cuestión de reencontrarse entonces con una troupe en la que abundan el alcoholismo, el fracaso, las cuentas pendientes, la violencia física y emocional y hasta la locura. Darring no es inocente: por lo visto le robó algún texto original a un “amigo”, que sin embargo lo perdona, y entre todos, esta suerte de Armada Brancaleone sin sentido del humor se pone a ensayar, de nuevo, aquella obra que se supone famosa y de la que en realidad se escapan las polillas. Entre Ricardo, Marcelo, el colega despechado (Marcelo Feo) y Clara (Adriana Ferrer), ex de aquél y actual amante de éste, se arma un triángulo y la obra habla, por supuesto, de un triángulo.
Pero más que de un juego de espejos se trata de una mera coincidencia: una y otra capa de realidad ficcional no interactúan, no operan entre sí. Tienen en común un estilo de representación basado en diálogos súper escritos, que traen por consecuencia una mezcla de recitados y de hesitaciones, por sobreexigencias de memorización. Cristina Banegas y Rafael Ferro en sendos cameos (segundos y minutos, respectivamente), y el infalible Germán De Silva en el papel de ex alcohólico, dan un toque de jerarquía al conjunto.