Es imperfecta, sí. También a veces es sentenciosa. Pero esta película chica sobre un director de teatro que no logró “dar el salto” y vuelve al pueblo para montar “aquella obra” es -quizás involuntariamente- el retrato de una generación cuyos sueños, no lo sabían entonces, ya eran anacrónicos. Hay un buen tono, momentos de gracia real y la huella de esos pueblos del interior cuya arquitectura también muestra que alguna cosa que no fue pudo ser.