En 1960 hubo un hecho que conmovió a la Argentina y al mundo: la captura, y posterior traslado, de Otto Adolf Eichmann. Argentina había sido refugio de nazis durante y después de la Segunda Guerra Mundial. Se habían distribuido por todo el país, en especial, en aquellos lugares con cierta reminiscencia alemana como Bariloche y La Cumbrecita. Pero el sur, por su espacio desértico y agreste, atrapado entre montañas, lagos y glaciares, fue el albergue de los más recalcitrantes asesinos. La aprehensión de Eichmann, en Buenos Aires, puso en alerta a todos los que se guarecieron en el territorio argentino.
“Wakolda” retoma el tema de los nazis en Argentina y lo hace a partir de la historia de una niña que comienza a transitar el camino de su adolescencia. Lo curioso de la pequeña protagonista (Florencia Bado) es que la guionista-directora, Lucía Puenzo, le pusiera de nombre a su personaje: Lilith, ligado a un demonio femenino.
Lilit o Lilith es una figura legendaria del folclore judío, de origen mesopotámico. Se la considera la primera esposa de Adán, anterior a Eva. Según la leyenda, abandonó el Edén por propia iniciativa y se instaló junto al Mar Rojo, uniéndose con Asmodeo convertida en su amante. En el caso de “Lilith”, película de Robert Rossen (1964), protagonizada por Jean Seberg, Warren Beatty y Peter Fonda, el nombre define la narración y cuenta la historia de una paciente en un sanatorio para personas pudientes, que se comporta de forma misteriosa. Ella en su trastorno cree que existe algo mágico a su alrededor. Un nuevo terapeuta, llamado Vincent, con un pasado oscuro del que no habla, se siente atraído por la personalidad peculiar de Lilith.
En “Wakolda” un médico alemán (Alex Brendemühl) perdido en la desolada Patagonia, conoce a una familia, y se suma a ellos, en caravana, por la ruta del desierto. El misterioso viajero, del que no se conoce filiación alguna, se convierte en el primer huésped de un hospedaje que inicia sus actividades en esa lejanía, administrado por matrimonio conformado por Eva (Natalia Oreiro) y Enzo (Diego Peretti).
La hija de ambos, Lilith, siente fascinación por ese hombre mayor que la seduce y comienza a espiar sus movimientos. La atracción es mutua, pero por diferentes motivos. En el caso de él por estudiar el cuerpo de una criatura que no crece y su altura no es acorde a la edad. Y, en el de ella porque le intriga el personaje al que rodea el misterio. Poco a poco la relación entre ambos se intensifica, debido a los logros que alcanza el experimento que el médico realiza con la niña.
Aunque el extraño personaje provoca en los anfitriones cierta desconfianza, progresivamente serán atraídos por su distinción, su conocimiento y sobretodo sus ofertas de dinero. Para ganarse la voluntad del padre financia una mini empresa de fabricación de muñecas, tomando como modelo a la “Wakolda” de la pequeña Lilitih. Éstas saldrán en serie, serán todas iguales como robots: blancas, rubias y de ojos azules.
Poco a poco durante el desarrollo de la trama se comprende que éste personaje es nada menos que un famoso científico (Mengele) a cargo de la experimentación genética durante la dictadura de Hitler, que había emigrado a Sudamérica para continuar con sus investigaciones, en su descabellado intento de crear la raza aria pura.
Lucía Puenzo se toma su tiempo para presentar a los personajes que ingresan en el territorio de una subtrama cuya temporalidad salta en elipsis de una escena a otra de modo desigual. Los instala sobre un tablero y los va mostrando como si fueran piezas, de un puzle, que a veces encajan correctamente y otras no. Ese mecanismo hace que el filme por momentos no tenga sustento, pierdan verosimilitud las secuencias y en especial la línea narrativa, y queden historias sin cerrar.
A pesar de los altibajos es posible rescatar varios logros en él: excelente actuación del actor catalán Àlex Brendemühl, (en su rol de padre sustituto-médico-empresario), la labor de la niña Florencia Bado, y los lucidos trabajos secundarios de Natalia Oreiro, Diego Peretti, Elena Roger, Guillermo Pfening, Ana Pauls, Alan Daicz, Abril Braunstein, Juani Martínez; como así también los más importantes elementos del rubro técnico: fotografía de Nicolás Puenzo, dirección de arte de Marcelo Chaves (muy buena reconstrucción de época), música de Andrés Goldstein, Daniel Tarrab.
En la filmografía de Lucía Puenzo, tres filmes, es interesante observar su preocupación por el mundo adolescente en su búsqueda de identidad, de auto marginación, el descubrimiento de un cuerpo que se va transformando, la sexualidad y el amor. Tanto en “XXY” (2007) como en “El Niño Pez” (2009) la narración se internaba en estas problemáticas, al igual que en “Wakolda”. Por otra parte lo que caracteriza a Lucía Puenzo es la frialdad de su imagen. Es como si el espectador se internara en una gélida pantalla y participara con la directora de la disecación de los personajes.
“Wakolda” es el claro ejemplo de lo que no fue. Sobrecargada de meta- mensajes pierde su objetivo. El filme de este modo se torna una intriga internacional en la que no faltaron suspenso ni acción, alrededor de una muñeca que a la vez es una metáfora siniestra sobre en lo que hubiera podido convertirse el hombre bajo el dominio de Hitler.