Quien ha pasado alguna vez por la Ruta del Desierto sabe cuánto valor tiene un encuentro antes de iniciar el cruce de los 200 kilómetros. En esa geografía del desamparo comienza la película de Lucía Puenzo Wakolda, basada en su novela homónima. La directora pone en una Estanciera blanca a la familia elegida por un alemán enigmático para desarrollar sus investigaciones sobre crecimiento con técnicas de manipulación genética. El desierto, primero, y el sur bello, pero lejano, son en 1960 el refugio del hombre que se instala en la comunidad alemana de Bariloche.
El doctor (Álex Brendemühl) y Lilith (Florencia Bado) inician una relación inquietante, entre el interés científico y el despertar de la sexualidad. También la familia de Lilith inicia el arraigo al abrir la hostería heredada. Facilita el trabajo del visitante, que la niña de 12 años sufre la discriminación en el colegio alemán del que su mamá (Eva/ Natalia Oreiro) es egresada.
El uso de la lengua alemana en la vida cotidiana, la proximidad de esa cultura que facilita el ingreso del doctor a la hostería y los supuestos de la madre en torno a la salud de su hija, derivan en el experimento a escondidas del padre (Diego Peretti). Él fabrica muñecas, oficio que Puenzo muestra como una referencia permanente, aunque sutil, de las artes perversas del médico. Además, Eva está embarazada.
La directora reconstruye el paisaje humano de la época en el sur argentino y va moviendo el relato con ritmo y atmósfera de thriller. Puenzo ha tomado de la historia del siglo XX, la conexión local con los genocidas nazis, inmigrantes ricos de identidad y ocupación difusas.
La locura del superhombre como construcción genética pone la cuota de estremecimiento que exige el género. Logra el efecto deseado el actor que interpreta a Menguele, la intensidad de la niña, el personaje de Elena Roger (la fotógrafa que trabaja en el colegio) y la mirada de la madre que cree ver en su hija a un ser disminuido. Natalia Oreiro crea el perfil de la mujer sencilla que admira al doctor, mientras Peretti ofrece una presencia, la del sentido común, la del amor que no intenta correr en contra de la naturaleza.
La fotografía de Nicolás Puenzo y el diseño de arte de Marcelo Chaves transportan al espectador a un tiempo que parece remoto. El cuaderno de anotaciones de Menguele revela y horroriza, a través de las páginas que registran minuciosamente a los personajes estudiados como especímenes a mejorar.
Wakolda demuestra una vez más la capacidad poética de Lucía Puenzo para establecer vínculos entre lo humano, en sus facetas más recónditas, la ciencia y la ética, panorama que atraviesa los años y los actualiza.