Wakolda

Crítica de Juan Pablo Schapira - Tranvías y Deseos

La solemnidad gana la partida

La temática no se ha filmado mucho: la estadía de los nazis en latinoamérica luego de la Segunda Guerra Mundial, y la complicidad de ciertas regiones para ocultar su paradero. Eso es lo que trabajaba la novela de Lucía Puenzo y lo que se cuenta en el film. También "Wakolda" nos muestra otros temas, aristas llamativas de la naturaleza humana que son de índole universal. Ya sea la fascinación por las personalidades misteriosas, el mundo adolescente o el poder de la seducción, estas cuestiones sufren el peso de la Historia en la película y quedan ancladas en un lugar que hace difícil discutirlas más allá de su relación con aquella época.

Al cine argentino, se sabe, le pesa mucho el pasado. Adrián Caetano en "Crónica de una fuga" o Benjamin Ávila en "Infancia Clandestina" -por citar algo más reciente- supieron hacer del momento más revisado de nuestra historia películas en las que el pasado no pesa y que en cierto modo terminan siendo atemporales. La clave puede estar en evitar que ese peso inunde el relato y que lo que estemos viendo sea una historia más. Cuando la Historia con mayúsculas se apodera del camino, la solemnidad gana la partida y la seriedad extrema se vuelve el código de trabajo.

Hay demasiada seriedad y peso en "Wakolda"; demasiado misterio. Lo cierto es que durante la primera hora de metraje no sucede nada. Conocemos a la familia, al extraño y perturbador médico que se introduce en sus vidas. En el fondo, un hotel, una escuela y Bariloche. Y no sólo nada acontece, sino que lo que pasará y las relaciones que se tejerán se adivinan muy de antemano. Aunque no parezca posible, este bajo nivel de sorpresa se ve estancado por la seriedad de las interpretaciones. Elena Roger parece salida de una película que se hizo hace 40 años; Natalia Oreiro está desaprovechada y se la ve exagerada y maquillada en exceso; a todo esto Diego Peretti lucha contra un film que se cae. Y lucha en serio. Levanta la voz, imprime emoción y verdad como un padre que sufre en un contexto en el que todo es frío y automático.

Lo que hace Peretti, algo más inconsciente que otra cosa, es parecido a lo que intentaba Sofía Gala en "Todos tenemos un plan". La hija de Moria se sacudía sin cesar y llenaba de vida una producción presa de su género, su condición y expectativas. Las comparo porque con ambas me hice la misma pregunta: por qué no me llama esto? Ni "la del Viggo argentino" ni "Wakolda" son malas películas, pero de fondo hay una triste situación pues son piezas que tienen más para dar y no hacen ese esfuerzo. Es triste además porque son los estrenos nacionales que llegan a la mayoría de los países del mundo y fuera del circuito independiente de festivales, es esta la idea que está quedando de nuestro cine.

No somos esto. No somos puro pasado que sigue volviendo ni producción industrial con falta de vuelo. Hay que confiar menos en lo que tenemos y ser más rigurosos. En "Wakolda" Lucía Puenzo pone a un montón de extras a cantar en alemán y se nota con claridad que muchos no lo están haciendo o no lo saben. Por otro lado, la relación entre Mengele (Alex Brendemühl) y la debutante Florencia Bado, centro del relato, tiene escenas para desarrollar más, para exprimir, y se queda corta. El final, épico (o al menos así se pretende), una vez que la película cobró interés y aires de thriller muy tarde, tiene a un personaje mirando algo sin seguirlo bien con la mirada. Hay que cuidarse. El aplauso fácil no nos hace crecer.