Hay films cuyos valores de producción prometen algo que, finalmente, no cumplen. Wakolda es uno de ellos: la historia gira alrededor de la presencia de Josef Mengele, brevemente, en Bariloche, y su relación con una familia que se ve poco a poco coptada por la magnética figura del genocida, sin conocer su verdadera identidad.
En realidad, hay muchas historias en la película: el núcleo es la fascinación de la hija de esa familia (una chica de doce años que parece de ocho) con el hombre, que la utiliza para experimentar con hormonas de crecimiento (aunque bien podría hacerlo por amor a la belleza, por una fascinación morbosa).
El problema es que este núcleo prometedor aparece compitiendo con varios (muchos) hilos narrativos demasiado abigarrados, mostrados sin intensidad, datos de un libro al que nadie quiso cortarle una coma.
Algunos, además, generan un subrayado grosero, como si el espectador no comprendiera el paralelo entre el padre que quiere crear la muñeca perfecta y Mengele experimentando con la genética. Incluso la situación final, que incluye elementos para un buen film de terror, aparecen desperdigados como apuntes, hilvanados más que integrados a la trama.
Las buenas actuaciones y los paisajes hacen que el film no sea invisible. Su problema es ser la ilustración de un libro y no una película en todo su derecho, como si el cine fuera, aún, un arte menor.