La insoportable liviandad de ese ser
En el marco del régimen nazi y en medio de las miles de atrocidades cometidas contra las razas consideradas impuras existió un ser siniestro -en el sentido más amplio de la palabra- llamado Josef Mengele. Su tarea principal dentro del engranaje del aparato nazi era la realización de experimentos con esos seres humanos para mejorarlos y lograr así la superioridad genética que asegurara la supremacía aria. Su mayor anhelo era lograr que las mujeres arias dieran a luz gemelos perfectos para de esta forma repoblar el mundo con la especie superior.
Las atrocidades no terminaban ahí sino que con las demás etnias se realizaban manipulaciones tales como la inyección de ciertas sustancias en los ojos para lograr la tonalidad azul; cirugías sin anestesia; sometimiento a baños con agua hirviendo; mutilaciones; más el intento de crear gemelos siameses utilizando hermanos judíos y uniendo ambos cuerpos a través de cirugías.
La ética como límite para la experimentación médica era un concepto inexistente y la cosificación de los cuerpos de los judíos utilizados en los laboratorios era una realidad incontrastable llegando a límites impensados.
Cuando el nazismo empezó a decaer muchos de estos asesinos migraron a diversos países que les abrieron las puertas para así evadir las responsabilidades legales de su accionar. Argentina fue uno de esos lugares y el sur de nuestras tierras terminó siendo el destino elegido para albergar a los más siniestros miembros de esa ideología asesina. Sobre este marco fáctico se centra el guión de Lucia Puenzo que da origen a Wakolda, coproducción entre Argentina, España, Francia, Noruega.
El film nos narra el fortuito encuentro entre una familia argentina, interpretada por Natalia Oreiro, Diego Peretti y Florencia Bado con un enigmático y afable médico alemán que se hace llamar Helmut Gregor. Allí, los destinos se cruzarán cuando el correctísimo profesional pida hospedaje en la hostería que la familia maneja en el sur.
El médico no es otro que Josef Mengele (encarnado magistralmente por el español Alex Brendemühl) quien ha encontrado en el Sur su lugar en el mundo y el eventual encuentro con esta familia hará renacer viejos vicios personales, que otrora fueran su mayor obsesión: el perfeccionamiento genético del hombre.
En este caso, la niña de la familia, Lilith, posee una baja estatura para su edad lo que alimentará en el obsesivo profesional la imperiosa necesidad de intentar morigerar y revertir esta situación, aspecto que unido al embarazo de gemelos de la madre de la niña formarán un combo inmejorable de experimentación médica.
La atractiva y seductora personalidad del facultativo -típica característica de los perversos- logrará que tanto madre como hija se sometan a su juego de manipulación. La primera, movilizada por el afán de cuidar a su niña, y la segunda por un enamoramiento que camina a la par de una adolescencia emergente. Así, entre los tres nacerá una silente complicidad que tendrá como hilo conductor el cuerpo, especialmente el de Lilith, que será un campo de batalla entre un destino natural y un progreso artificioso y manipulado.
El cuerpo como elemento fundante de la identidad es un tópico ya desarrollado por la directora con excelentes resultados en XXY o El niño pez y en esta entrega se ve sutilmente esbozado con el enamoramiento de la niña y la atracción por ese personaje seductor y calmo que poco a poco se acerca a ella y despertando reacciones hormonales hasta entonces desconocidas (relación que hace recordar al film La sombra de una duda o su reciente remake Stoker).
La esposa ocultará a su marido los experimentos realizados por el galeno y la distancia entre ambos personajes masculinos se hará cada vez más evidente. Para zanjarla, entonces, aparecerá una actividad artesanal que el marido realiza y que el doctor ayuda a perfeccionar: la confección de muñecas. Aquí, el huésped alemán se presentará como un voluntario socio capitalista que prestará su dinero y contactos para lograr que las rudimentarias muñecas se conviertan en modelos de perfección aria: ojos celestes y cabellos rubios, perfectamente peinados. Este sea tal vez el trazo más grosero de la obra: ¿realmente es necesario que veamos a las muñecas embellecidas por el siniestro personaje para que entendamos el móvil del accionar del científico?
La filosofía que respaldaba a los experimentos nazis en campos de concentración es conocida por el público en general y en caso que no lo fuera tal vez hubiese sido realmente interesante que el film abordara las mismas con menos metáforas visuales y mayor profundidad narrativa. Las subtramas en Wakolda se multiplican y no llegan a desarrollarse en su plenitud: el crecimiento de Lilith, la atracción hacia el médico, la complicidad del gobierno argentino para la entrada al país de refugiados nazis, la trama de la potencial captura, la impune complicidad por omisión de la sociedad sureña. Todo ello hace del film por un lado una propuesta técnica y actoralmente impecable (donde se destacan Àlex Brendemühl y Florencia Bado en un contrapunto cuidadosamente contenido), pero por otro con una narración que tal vez por tratar de abordar demasiados frentes termina cayendo en un pobre desarrollo de las líneas narrativas.
El nazismo contó con una complicidad cívica aberrante (tanto en su país de origen como en los que dieron asilo a sus representantes máximos luego de la caída del régimen) elemento que es apenas esbozado en el guión de Lucía Puenzo. La contundencia del personaje histórico de Mengele hubiera sido basamento suficiente para la realización de un excelente retrato de época, sin necesidad de recurrir a la burda metáfora de las muñecas rubias donde se abordaran responsabilidades, silencios, omisiones y accionares que marcaron la historia de uno de los movimientos más siniestros de la historia.
Otro elemento que tal vez atente con la creación de un fuerte clima de intensidad en el relato cinematográfico es el hecho que en la novela escrita por su directora la verdadera identidad del médico alemán es develada avanzada la historia , información que con fines comerciales es revelada ya desde el tráiler del film. Y quizás este aspecto unido al trazo demasiado grueso sobre el calibre de los experimentos realizados, en conjunción con el soslayo por la complicidad urbana desde la trama hacen de Wakolda un film de una liviandad importante.
Wakolda trata uno de los temas más dolorosos de la historia reciente de la humanidad, pero lo hace con una tibieza que asusta y desaprovecha la oportunidad de ficcionalizar a uno de los villanos más aberrantes que se hayan conocido.