En el último tiempo, buena parte del cine argentino se ha asentado en una suerte de meseta creativa, cómodo alrededor del gran tópico en el que se ha trabajado, fundamentalmente, desde el 2003: el Proceso de Reorganización Nacional iniciado en 1976 y los desaparecidos. Buena parte de la producción nacional reciente ha dejado de tomar riesgos a la hora de trabajar aquel tema y, sin pedir que todo sea Los Rubios (2003) de Albertina Carri, la expresión artística fue hecha a un lado en pos del mensaje. Es por eso que Wakolda de Lucía Puenzo es un film que se debe celebrar. No se podría negar que la directora nacida durante el primer año de la dictadura e hija de Luis Puenzo -director de La Historia Oficial, la ganadora del Oscar de 1985- tuviera razones para focalizar su atención en aquel período nefasto, no obstante es capaz de abrir su mirada hacia otros ámbitos, terribles también, pero originales para nuestra filmografía como país.
Wakolda se basa en una novela que la propia realizadora escribió en el 2011 y que tiempo después adaptó para llevar a la pantalla grande. Su mejor trabajo hasta la fecha es más una arriesgada puesta cinematográfica en la Argentina que un ejercicio artístico. Heredera de The Boys from Brazil de Franklin J. Schaffner, narra el paso de un médico alemán por la Patagonia en donde, con una identidad que no remite a su época en el nazismo, entra en relación con una familia a la que afectará en forma directa y permanente.
Si hay algo que impide que esta sea una gran película es la propia mano de la directora. No puede decirse que la sutileza sea uno de los fuertes de Wakolda y el trazo grueso con el que Puenzo delinea ciertos pasajes es perjudicial para la obra misma. Daniel Tarrab y Andrés Goldstein hicieron un destacado trabajo en la composición musical, clásica y sugestiva, con un leit motiv que desde el comienzo habla de un road trip con tintes de suspenso, junto a un extraño que oculta un secreto terrible. Esto no se mantiene así, sin embargo, dado que la cineasta se empeña en que el espectador conozca qué es lo que está ocurriendo en forma previa a los personajes. Fotos del pasado, notas periodísticas, todo arroja en la cara del público la identidad del misterioso huésped, sin confiar en el poder de la insinuación pero, sobre todo, sin creer en que quien ve la película pueda hacer sus propias conexiones.
En Wakolda hay un excelente uso de los recursos. La ambientación de época es notable y las locaciones patagónicas son perfectas para una producción así, con un aprovechamiento aún superior que el que Juan Taratuto hacía en La Reconstrucción. Así como ocurría en Inglorious Basterds de Quentin Tarantino, el lenguaje tiene un enorme peso como herramienta de violencia y el dominarlo a la perfección es sinónimo de poder. El español Àlex Brendemühl, versado en múltiples idiomas, es convincente como el médico alemán. Frío y desapegado, en sus rasgos faciales enmascara una enorme maldad de esas que suponen el mayor peligro: la de los convencidos de que hacen un bien. Por el lado nacional y en oposición al otro está Diego Peretti, quien cumple como de costumbre en la forma de un hombre amenazado por las circunstancias, que conoce de la existencia de un problema pero que no puede ponerlo en palabras. Hay un idioma que él no habla ni entiende y se ve violentado por esa situación de inferioridad, por ese control que escapa de sus manos.
Tras haberla visto en Infancia Clandestina entregar una actuación sólida, ya no puede decirse que Natalia Oreiro sea una sorpresa. Lo que sí se recibe con agrado es que la actriz oriunda de Uruguay se haya vuelto una presencia tan necesaria y una de las intérpretes más destacadas de la industria argentina, una verdadera garantía de éxito en cine o televisión. Con lo difícil que es encontrar actores jóvenes que rindan, sería injusto no mencionar a Florencia Bado, una chica de la edad del personaje que interpreta -la pequeña Lilith- y que no solo está muy bien, sino que tiene perfil de promesa. El trabajo delante de cámaras es muy efectivo de parte de todo el elenco, algo que se entiende cuando incluso en roles secundarios se busca a figuras reconocidas como Guillermo Pfening o Elena Roger.
Wakolda es una producción destacada, una verdadera rareza en el cine nacional. El lugar en donde la historia transcurre, el tópico, la formación de la mujer, el desgarrador final y hasta el trabajo del hombre de la casa -construye muñecas y está detrás de una con corazón que late- son ajenos a lo que se espera de realizaciones argentinas. El trazo grueso se lamenta y se siente, pero no termina de opacar a este interesante llamado de atención que demuestra que la memoria no es una sola.