Patagonia desolada. Tormentosa. Inmensa. Más de medio siglo atrás una familia se dispone a cruzarla en coche. Un hombre de acento raro les pide ir tras ellos en su propio automóvil, para no perderse en los infinitos caminos de tierra. Llegar a Bariloche parece una aventura en sí. Lo que no sabe la familia es que su aventura no concluirá con apenas pisar destino. Allí empezará un drama con aristas más siniestras aun: una auténtica historia de terror.
Lucía Puenzo, la autora de la novela Wakolda, se dispuso a poner en imágenes su prosa. La tensa travesía que abre el film debe comprenderse como una excelente pintura de época, reconstrucción no simplemente por estética sino por acciones (no es lo mismo cruzar la Patagonia ahora que sesenta años atrás). Esta decisión de ahondar en las ideas a través de hechos revela a Puenzo como una gran narradora. Ni mucho prólogo ni mucho palabrerío ambiguo: acción.
Wakolda cuenta una visión: los días de Mengele en Bariloche. No se trata de un documental ni una opinión política; para eso están los ensayos y los panfletos. La directora teje una trama que contiene varias líneas narrativas, la enorme mayoría, ficticia, salpicada por un puñado de datos biográficos: una bonita niña bajita que es la burla de su grado; una madre (Natalia Oreiro) que quiere ayudarla y la confía al médico (Alex Brendemühl) en quien cree; un padre (Diego Peretti) que desespera a medida que comprende quién es este hombre de acento foráneo; una red de inteligencia judía que persigue a los nazis que han huido a destinos inhóspitos; una institución de alta sociedad que hace la vista obesa ante los fugitivos.
El film se desarrolla con una tensión creciente, como dice el refrán, lenta pero sin pausa. Puenzo maneja con sapiencia los hilos de la angustia y logra acceder a ésta porque esquiva los lugares comunes y la esperable corrección política. Mengele no es, en su tenebrosa Wakolda, un asesino en serie, desquiciado, que ha disfrutado con sus muertes. Todo lo contrario, es un hombre educado, bien vestido y hasta seductor; el disfraz perfecto que confundía a las abuelas de antaño (y a algunas madres actuales también), que creían que un tipo bien vestido jamás podía anidar terribles intenciones. Pero Puenzo se guarda un último as para sembrar la duda ¿Tiene este Mengele terribles intenciones? ¿O sólo se trata de un médico que quiere pasar la hoja de la masacre más grande la historia, pero ciertas personas rencorosas y ancladas en el pasado no se lo permiten? Qué nadie se apure con la respuesta. Al fin y al cabo, a diario leemos en los periódicos más vendidos propuestas similares para los genocidas locales, como si la absolución dependiera de cuestiones de… fama.
Es posible que La caída (Der Untergang, 2004) haya abierto la puerta a filmes que abordan de un modo distinto la temática del nazismo. Sin demonización en su accionar, el holocausto se rebela como la industrialización en la matanza de gente, el método aplicado al exterminio y también, la investigación con personas en pos de conseguir un hombre mejor, mejor a su criterio, claro. Todos recordarán la polémica suscitada con motivo del estreno de aquella película: ¿un Hitler más humano? En todo caso, un Hitler como lo que fue: un humano. Wakolda puede comprenderse del mismo modo. El film tiene la lentitud precisa de quien arma un relato cotidiano donde el terror fluye por debajo. No se trata, queda claro, de una película de terror baboso: aquí no hay sangre ni asesinatos ni sobresaltos ni nada de eso que sacuden las scary movie norteamericanas. Sin embargo ¿cómo definir al film sino como una película de horror? Con su industrialización escalofriante (la fábrica de muñecas “Wakolda”), con su sacrificio en –supuesto– provecho de un tercero (la acepción que el diccionario guarda para el término “holocausto”), Lucía Puenzo entrega una película donde Mengele no es un monstruo sino un doctor. Hay quienes pensamos que así, con carita linda, ojos azules y bigote recortado, asusta mucho más. Y peor aún: causa mayor daño.