De la mano de la realizadora de la gran “XXY” (2007) y de la no tan gran “El Niño Pez” (2009), llega, no solo su película más cara (un alto presupuesto muy bien utilizado, en lo que se destaca la excelente reconstrucción de la época así como la muy buena utilización de los efectos especiales, rescato el plano final y toda la secuencia de la lluvia del comienzo) sino también su película más clásica hasta la fecha.
Centrándose en la experimentación que el médico nazi Mengele hizo con el personaje de “Lilith” (Florencia Bado), mediante la utilización de diversas sustancias buscaba hacer que Lilith pueda crecer, a su vez se despliegan diversas subtramas a lo largo del metraje, como la caza de nazis, el despertar amoroso de la pre adolescencia, entre otras. En la forma de estructuración que tiene la película radica lo que no está muy logrado de la misma. Podemos dividir a la historia en dos procesos muy importantes, la experimentación de Lilith contemplada por “Eva” (Natalia Oreiro) pero desconocida por “Enzo” (Diego Peretti), y todo el proceso por el conocimiento de la verdad que realiza Enzo. La primera parte se caracteriza por un tono más descriptivo de lo que sucede, pero nunca con una mirada crítica del trabajo de Mengele (esto es uno de los principales logros de la película). Esta parte es la que tiene el mayor peso del film y nunca decae. Logra seguir manteniendo el interés mediante el desconocimiento por el futuro y por su ritmo creciente. El problema comienza cuando arranca la segunda parte. Una parte que ya se va para el lado del thriller, pero sin perder (y sin la misma intensidad) lo interesante de la primera fracción. En esta segunda parte tenemos el proceso que hace Mengele para ganarse la confianza de Enzo y, a su vez, como este último llega a desconfiar del Doctor. Lo conflictivo radica justamente en esto, tenemos una segunda parte que, si bien cierra la película, no llega al nivel de intensidad dramática que alcanzó la primera, haciendo que flaquee la narración. Si bien uno no pierde el interés, se siente una conclusión un tanto precipitada.
En este tercer largometraje, nos encontramos con una Lucía Puenzo que ya pudo definir su propio estilo. Es una directora que toca temas complicados (“el ser diferente”, en “XXY”, o la experimentación en humanos, en “Wakolda”) pero sin caer en la crítica y en lo morboso, permitiendo que el espectador saque sus propias conclusiones acerca de lo que vio.
Por último, cabe destacar las actuaciones de los chicos (me hizo recordar al cine de Truffaut con el tema de “niños-adultos” que planteaba) y al uso del idioma extranjero que está muy bien recitado.