Plata amarga
El mundo ha cambiado desde los ochentas, pero la codicia y la vileza siguen haciendo estragos en aquellos seres donde habitan. Gordon Gekko (Michael Douglas) pasó varios años en prisión por delitos económicos que hoy parecen juegos de niños. En realidad a Gekko lo condenaron por demás para dar una señal, usarlo de ejemplo ante el sistema. Él lo sabe, y lo único que espera es tomar venganza. Por eso la aparición de Jake, un joven ambicioso y además pareja de su hija, le viene como anillo al dedo para recuperar el lugar que nunca debió haber perdido.
El cineasta Oliver Stone se aprovecha de la reciente crisis financiera mundial, producto de la llamada "burbuja inmobiliaria", para poner a sus personajes en juego y darles un contexto realista desde el cual lanzar críticas al sistema.
Algunas parrafadas del guión serán ininteligibles para el público neófito en materia financiera, pero el planteo cinematográfico donde los malos son bien señalados por el director y los bandos se marcan claramente, salvan la situación y hacen que la película tome los cauces clásicos de Hollywood.
Stone elige un montaje expresivo, que remite a otras épocas donde los fundidos y las imágenes superpuestas daban agilidad al relato, y consigue su objetivo al conseguir que las poco más de dos horas de metraje sean entretenidas, aunque no rebosen originalidad.
Michael Douglas vuelve a ofrecer la mirada de un Gekko ambicioso e impredecible, que encuentra en el joven Shia La Boeuf un buen contrapunto. En el elenco sobresalen las actuaciones de Frank Langella como el mentor de Jake, Josh Brolin que asume con comodidad el rol de nuevo villano del mercado y el veterano Elli Wallach, a quien Stone se permite además homenajear cada vez que suena el móvil de Jake y se escucha como ringtone la melodía compuesta por Ennio Morricone para "El Malo, El Bueno y El Feo".
Hay sorpresas como el cameo del propio Stone y la participación de un viejo conocido de "Wall Street" de 1987. Por lo demás, no estamos ante una maravilla pero sí ante un filme de buena factura, en el que se privilegia sobre el final un discurso moral que tal vez no sea el buscado por los fans de la primera película.