Con una trama y un estilo renovados con respecto al primer film, pero manteniendo el espíritu crítico acerca del mega poder económico, Oliver Stone despliega lo mejor de su talento visual y expresivo pero no alcanza a conformar una gran obra. A más de veinte años del memorable Wall Street original, que desmenuzaba ferozmente la rapiña financiera, ponía en primer plano a la generación yuppie y creaba un nuevo y despiadado antihéroe llamado Gordon Gekko, el director de Asesinos por naturaleza, La radio ataca y JFK consideró interesante retomar esa historia y crear una suerte de saga. Pero además, haciendo honor a la trama de aquél film, Stone se procuró un trabajo fílmico que consolide su capital, acaso como para seguir adelante con sus otras vertientes cinematográficas, caso la reciente Al sur de la frontera o la anterior y no estrenada aquí Looking For Fidel. No habrá estado equivocado en ninguna de las dos cosas, porque no fue una mala idea realizar esta secuela y probablemente la taquilla lo acompañe.
Quizás el problema de Wall Street: El dinero nunca duerme, además de un final un tanto idealizado, sea el haber picoteado en variados tópicos sin llegar a profundizar en ninguno, como por ejemplo un mega colapso de la economía mundial, una conflictiva y casi terminal relación padre-hija, el tema del mentor o padre sustituto que padece el personaje del joven operador de Wall Street (Shia LaBeouf), tanto con su jefe anterior (Frank Langella) como con Gekko y como estos elementos combinados pueden destruir una relación de pareja. De todos modos esta versatilidad temática le otorga al film un innegable y constante interés.
Con deslumbrantes recursos visuales para mostrar a Nueva York y su mundillo financiero (incluyendo un atrayente video clip que se puede ver con los títulos finales), una excelente –otra vez- actuación de Michael Douglas, bien acompañado por LeBeouf y grandes actores de reparto (Josh Brolin, Langella, Susan Sarandon), y algunas lecciones atendibles acerca de la hora que vivimos, este regreso de Gekko y su capitalismo salvaje valen la pena.