El regreso del tiburón de las finanzas
A 23 años del film original ("clásico" paradigmático sobre la generación yuppie), Michael Douglas -quien ganó el premio Oscar al mejor actor protagónico en 1988 por el recordado papel del despiadado financista Gordon Gekko- regresa en esta secuela que aprovecha la reciente explosión de la burbuja financiera para ofrecer una crítica a la codicia / avaricia / especulación / deshumanización / manipulación por parte de las grandes corporaciones bancarias.
Oliver Stone -un director ubicado lo más a la izquierda que Hollywood puede permitirse hoy en día- entrega un producto bienintencionado y bienpensante, correcto en su realización (con algunos destellos visuales a la hora de mostrar a la Manhattan contemporánea cortesía del talentoso DF mexicano Rodrigo Prieto), pero al mismo tiempo algo elemental y previsible.
Douglas comparte esta vez el protagonismo con un joven broker interpretado por Shia LaBeouf, cuya pareja es la hija del propio Gekko (Carey Mulligan), que representaría algo así como la inocencia, la avidez y la nueva sangre que contrasta con la experiencia de alguien curtido, que "está de vuelta", como el viejo tiburón de las finanzas.
En el arranque del film, Gekko sale de la cárcel en 2001 luego de haber cumplido una sentencia de ocho años. Más tarde, vuelve a concitar el interés de los medios y de la opinión pública con la publicación del libro ¿Es buena la codicia? y, de a poco, va regresando al mundillo de Wall Street.
Mientras expone los desmanejos y la soberbia de los principales ejecutivos, como el que encarna Josh Brolin (hay citas bastante directas al colapso de Lehman Brothers), el film se concentra en la relación mentor-discípulo entre Douglas-LaBeouf, en el conflictivo vínculo entre el protagonista y su hija marcado por la culpa de él y los reproches de ella, y permite que grandes intérpretes como Frank Langella, Susan Sarandon, el veterano Eli Wallach y Charlie Sheen (otro que había estado en la película original de 1987) puedan exprimir al máximo sus pocos minutos en pantalla.
Demasiado "culpógena" y autoindulgente, con una vuelta de tuerca "humanista" incluso en el personaje "malvado" de Gekko, Wall Street: El dinero nunca duerme termina siendo más demagógica (por momentos, demasiado cerca del sermón) que punzante, más políticamente correcta que cínica y despiadada. Dice unas cuantas verdades, es cierto, pero el film no logra trascender una medianía que no irrita, pero tampoco entusiasma demasiado. -