Otra adaptación fichinera llega a la pantalla grande y no es tan terrible como uno esperaría.
Partamos de la base de que soy una completa ignorante en cuanto a los juegos de Blizzard se refiere. Hecha esta aclaración, y sacando cierta confusión inicial que presenta la película al tirarnos a la cara una sarta de nombres y lugares imposibles de memorizar en apenas unos minutos, “Warcraft: El Primer Encuentro de dos Mundos” (Warcraft, 2016) puede ser disfrutada por cualquiera, tenga o no, conocimiento de la historia que plantean los fichines.
La tercera película de Duncan Jones es, básicamente, una aventura épico fantástica repleta de acción, extrañas criaturas, hechiceros, valientes guerreros y orcos, muchos orcos que, como bien reza su título, tendrán un primer encontronazo cunado sus mundos (Azeroth y Draenor) queden conectados mediante un portal interdimensional que traerá más desgracias que satisfacciones.
Draenor, hogar de los Orcos, está siendo devastado por una fuerza maligna conocida como “fel magic” (vil) y deben buscar una nueva tierra para seguir subsistiendo. Gul'dan, un poderoso hechicero orco, logró unir a los clanes para atravesar el portal y apropiarse de Azeroth -reino que los humanos comparten con criaturas más pacíficas como duendes y magos-, utilizando la mismísima magia vil para drenar la vida de sus prisioneros y así alimentar esta salida de emergencia.
Así, un pequeño grupo de orcos, incluyendo a Durotan (jefe del clan Frostwolf/Lobo Gélido), logra cruzar hacia el otro lado con la intención de asegurarse más “energía” y volver a abrir el portal para traer al resto de la horda. Pero su presencia en Azeroth no pasa desapercibida y pronto pone en alerta al rey de Stormwind (Ventormenta), Llane Wrynn (Dominic Cooper), a su comandante militar y mano derecha Anduin Lothar (Travis Fimmel) y a un joven mago, Khadgar (Ben Schnetzer), que siente la presencia de la magia vil y urge en contactar a Medivh (Ben Foster), el poderoso Guardián de Tirisfal.
Los humanos corren con bastante desventaja en cada uno de los encuentros con las gigantescas y violentas criaturas, pero las filas orcas, especialmente Durotan, tampoco están muy contentas con los procedimientos de Gul'dan que fue corrompido por el uso excesivo de esta fuerza y ya no respeta sus propias tradiciones.
Por ahí viene la historia y, de alguna manera, humanos y orcos, con la ayuda de la mestiza Garona (Paula Patton), deberán aprender a confiar los unos en los otros y unir fuerzas para detener esta fuerza oscura que quiere arrasar con Azeroth. No podemos evitarlo, pero todo tiene ese airecito a las aventuras cinematográficas que ya conocemos, especialmente “EL Señor de los Anillos” (The Lord of the Rings) que guarda una gran semejanza desde sus escenarios y personajes.
“Warcraft” es entretenida, una historia fantástica llena de acción, espadas y lealtades encontradas que no quiere parecerse a un videojuego, sino a una experiencia cinematográfica. Sus intenciones son buenas, aunque cae en muchos lugares comunes (tal vez demasiados) y termina siendo un poco simplista y apresurada al final (a pesar de sus dos horas de duración) con la única intención de sentar las bases para una secuela.
La desprolijidad de los efectos especiales se nota, pero no molestan en su conjunto. Así los personajes en CGI terminan pareciendo más humanos (suponemos, gracias a la técnica de captura de movimientos), que algunos de los estereotipos que presenta el bando contrario (te estamos mirando a vos Dominic Cooper). El humor es breve y desentona un poco entre tanta épica y fantasía, pero también lo hace el drama desmesurado que convence menos que la telenovela de la tarde.
“Warcraft” se luce mucho mejor cuando más se concentra en el género, en pasearnos por estas tierras mágicas y sus personajes, y en los conflictos que no dejan de justificar las acciones de ambos bandos. Se toma un poco en serio y eso le juega en contra, pero igual se disfruta por lo que es, una gran aventura pochoclera.