Duncan Jones, hijo de Bowie, tiene la oportunidad de consagrarse como el nuevo Peter Jackson en esta saga de extracto tolkiano. Adaptación del videojuego Warcraft, la película trata sobre la guerra de orcos y humanos: Gul’dan, jefe de los primeros, consigue dominar el Fel, una magia negra que le permite abrir un portal para invadir Azeroth, planeta donde conviven elfos, enanos y seres humanos de atuendo medieval. Resulta imposible abstraerse de Lord of the Rings, pero Jones elaboró tanto el universo orco que consiguió darle a la película una entidad propia. Los orcos son moles de animación, un ejército de Hulks que además habla un dialecto especialmente diseñado. Y el conflicto interno entre el feroz Gul’dan y el honesto Durotan, que percibe la magia negra y la consecuente fractura en la probidad de su tribu, añade un tinte moral como de leyenda. Del lado humano también aparece un conflicto. Mientras el guerrero Lothar (Travis Fimmel) y el rey Wrynn (Dominic Cooper) traman una resistencia estratégica contra este enemigo formidable, sus esfuerzos se ven boicoteados por el extraño comportamiento del mago Medivh (Ben Foster).
Dos personajes secundarios gradualmente se apoderan de la trama: Garona (Paula Patton), una mestiza que ayudará a los humanos, y Khadgar (Ben Schnetzer), un aprendiz de brujo que muestra el costado más frágil y humano, y donde se conserva cierta inocencia esencial a la fantasía de raigambre tolkiana. Es interesante el tratamiento del Fel, cuya magia se nutre de vidas humanas, por lo que Gul’dan acumula campos de prisioneros, estilo Holocausto, a los que chupa la energía. Hay muchas buenas ideas, pero la película no las desarrolla, quizá por reservarlas para el resto de la trilogía. Ese recorte se percibe y deja con gusto a poco.