La cosa en Hollywood está que arde: han llevado al cine la necesidad de que todo sea un gran espectáculo lleno de fantasía e imposibles, que introduzca mediante sonido envolvente y efectos 3D al espectador en la pantalla, que provoque nervio y genere adicción. Y no, no solo no es fácil sino que no existe una fórmula infalible. La primera estrategia es tomar una marca conocida y transformarla en película, y ahí están los films de Marvel (con personajes que tienen cincuenta años) o los relanzamientos de sagas como Star Wars. Warcraft es el intento de lanzar una franquicia nueva, basada en un ultraconocido juego de computadoras que hoy no es tan popular como lo fue pero que justifica(ba) la inversión. El resultado es visualmente, y en ocasiones, atractivo. En cuanto a la historia en sí, hay de todo pero demasiado, con tantas líneas que uno se pregunta si pensaron en tres o treinta películas. Por otro lado, todo es bastante elemental: hay orcos y humanos, hay buenos y malos de los dos lados, hay un mensaje de tolerancia por el diferente (si estos aparatos fílmicos no tienen un mensaje, parece que son comercialmente inviables) y también hay algo bastante cursi en el uso del color y el diseño. Al realizador Duncan Jones lo conocemos por dos muy buenas películas de ciencia ficción (Moon y 8 minutos antes de morir), y parece que el salto a la hiperproducción, más allá de algunas hazañas técnicas, no ha sido demasiado cómodo. Algo queda de aquel realizador, sobre todo el brío y ciertas bellezas.