Warcraft: El primer encuentro de dos mundos

Crítica de Matías Gelpi - Fancinema

VIDEOJUEGOS Y CINE NO SE MEZCLAN

Warcraft: el primer encuentro de dos mundos (un anti-título), es un proyecto de esos que producen un ruido extraño desde el comienzo de su existencia. Porque hay que decir que, a pesar de que se sabía que iba a ser dirigida por alguien interesante como Duncan Jones -En la luna (2009); 8 minutos antes de morir (2011)-, el hecho de que sea la adaptación de un videojuego (trasposición que casi siempre sale mal), y luego del visionado de los adelantos impersonales y burocráticos con los que fue promocionada, uno podía augurar un auténtico desastre. Por supuesto, las expectativas tienden a la exageración, y al final del día la película de Jones no puede ser declarada una calamidad aunque sea previsiblemente mala.

Warcraft arranca siendo un desastre narrativo que da por sentado una gran cantidad de información, y que pretende establecer un universo fantástico a lo Avatar a la fuerza. Pero Jones no logra emular la maestría que tiene James Cameron (y, a veces, Peter Jackson) en esto de introducir al espectador en nuevos mundos fantásticos artificiales y hacerlos sentir como naturales y propios; el mundo de Warcraft nos es ajeno durante todo el film. Por lo demás, el director se toma casi hora y cuarto en lograr producir algún asidero para quienes estamos viendo su obra, y lo termina consiguiendo gracias a dos personajes del bando de los orcos en los cuales delega cierto peso dramático que parecía que una película como esta nunca iba a conseguir. La historias del arrepentido líder de clan llamado Durotan (Toby Kebbell) y de la mestiza Garona (Paula Patton), que se vuelven interesantes pasada largamente la primera hora del film, tienen además una resolución inesperada, compleja y, dado el contexto, sorprendente. Aún así, todo el movimiento apenas alcanza para salvar el honor.

Los demás problemas que tiene la película parecen venir de su propio origen. El primer juego de Warcraft es de 1994, uno de los primeros en el género de estrategia en tiempo real, que como casi todas las sagas de la industria se ha ido complejizando en cada entrega en el plano narrativo. De hecho Wacraft deviene en el juego de rol en línea llamado World of Warcraft, con un rico y gigantesco catálogo de personajes e historias, cuyo éxito demuestra lo mucho que a los usuarios les importan esos personajes y sus circunstancias. Pero el cine mainstream de alto presupuesto es otra cosa, es un lenguaje que necesita construir el entretenimiento desde la contemplación pasiva, sin contar con esa herramienta hipnótica que es la experiencia de inmersión que es capaz de producir un videojuego. Para que nos importe lo que les pasa a unos terceros que vemos en pantalla tenemos que sentir empatía, cosa que Warcraft: el primer encuentro entre dos mundos apenas logra hacia el final, cuando ya es demasiado tarde para salvarse. Una lástima, porque Jones no es el idiota de Michael Bay como para andar haciendo estas cosas.