Wendy llega tarde adonde los hechos. Lo que pasa, ya sucedió antes de que ella llegue. Es como si ella no formara parte de la acción, como si las cosas pasaran sin contar con ella.
Wendy viaja hacia Alaska, llevando consigo en su viejo auto a Lucy, su perra. En Oregon, una madrugada, despierta luego de pasar la noche en su auto. Este no arranca y Wendy, casi sin dinero, intentará comer algo mientras espera que el taller mecánico comience a atender. Las circunstancias, siempre extrañas y extrañadas (como si le ocurrieran a otro que no es el personaje, como si todo fuera ajeno en la película), llevan a que la cariñosa Lucy se pierda de vista. La película se estructurará alrededor del relato de la búsqueda de la perra.
Kelly Reichardt, fiel a la mejor tradición del cine independiente estadounidense, hace un film de perdedores. Perdedores todos, incluso los que ganan. Incluso el mocoso que repite como un decálogo los principios de un buen ciudadano, que sabe ser un trabajador fiel y un hijo respetuoso. La directora a lo largo del film coloca la cámara de un modo despojado, lejano (evitando crear empatía con los personajes). Por otra parte, Wendy, a quien la cámara sigue a lo largo del film, llega tarde adonde los hechos. Lo que pasa, ya sucedió antes de que ella llegue. Y la cámara por detrás. Como si estos estadounidenses marginales a las luces, y los grandes escenarios, y los triunfos imperiales, no fueran parte de la acción, como si las cosas pasaran sin contar con ellos.
La resignación y la aceptación de tal derrota, hace aquí visible lo que la mayoría del cine estadounidense oculta. Solo con mostrar la ciudad desde el otro lado, y un auto que no arranca, Reichardt construye un espacio cinematográfico político, intenso y cuestionador.